La ‘Segunda Transición’ de Bowie

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David Bowie o el ‘camaleón del rock’. Un fenómeno extraño con tantas caras como aristas tiene un cristal. Un extraterrestre, un ser andrógino, una sombra, una aparición. A veces hasta una persona sencilla. Otras, incluso una sencilla persona. Bowie experimentó a lo largo de su carrera diferentes mutaciones que lo llevaron siempre a la vanguardia del arte y a codearse con todos aquellos que anticipaban la cultura de su época: desde Warhol, la Velvet Underground o Iggy Pop para construir a Ziggy hasta Kraftwerk o Brian Eno en la trilogía berlinesa. O Trent Reznor en su intento de anticipación del rock industrial. Las transformaciones físicas, intelectuales, psicológicas y vitales del que fuera Duque Blanco marcaron su trayectoria. No hay mayor prueba que el testamento musical que supone Blackstar, su último trabajo, en el que explora la ansiedad ante la muerte inminente y vuelca sus últimas preocupaciones metafísicas. Ahora que van a cumplirse tres meses de su muerte (y 40 años de su primer papel protagonista en el cine) lanzamos nosotros nuestro particular homenaje. Y nos vamos para ello a tratar de relatar su ‘segunda transición’. La que lo llevó de ser Alladin Sane, superestrella glam, al Bowie oscuro y reflexivo de Berlín. La que desarrolló su identidad. La que construyó su solidez sobre la flamabilidad del soul de la que ya se estaba empezando a vender como una América eminentemente más joven.

La portada del sencillo 'Golden Years', primero de Station To Station.
La portada del sencillo ‘Golden Years’, primero de Station To Station.

En noviembre de 1975, RCA Records publicaba el sencillo ‘Golden Years’. En la cara B contenía ‘Can You Hear Me’, una balada funk de Young Americans que servía en parte para enlazar simbólicamente este álbum con el que vendría, el que anticipaba el single, Station To Station, y en la portada una imagen de Bowie con el pelo corto y repeinado hacia atrás y fumando un cigarrillo. Sobriedad musical y estilística para iniciar el proceso metamórfico al que se hace referencia hasta en el título del largo: ‘Station To Station’. De estación a estación. Un camino transicional. Esta imagen de David será la que luego le representará en la película de Nicolas Roeg ‘The Man Who Fell To Earth’, su primer papel protagonista, en el que interpreta a un extraterrestre elegantemente vestido que llega a la Tierra buscando agua que llevarse a su planeta de origen, castigado por la sequía. La portada de ‘Station To Station’ (enero de 1976), de hecho, resultaría ser un mítico fotograma del film que se estrenaría en marzo. La puesta en escena del Bowie de esta época se deriva, por tanto, de su implicación con ‘El Hombre Que Bajó A La Tierra’. Pero el Duque Blanco, el personaje en el que terminaría este delirio, es algo más que el protagonista de una película.

Bowie alcanza la plenitud en la búsqueda de su persona explotando su ego artístico y vistiéndolo de innumerables excesos. El Duque Blanco refuerza la presencia singular de Bowie rodeándola de mitología, de formalidad y de sobriedad, y hace comprensibles los delirios de grandeza de un hombre desarrollando su autonomía. No es extraño así que este sea su último personaje, que después del Duque solo venga David Bowie. Ziggy era parte de un todo. Aún con personalidad propia, el alter ego marciano era la extensión de un concepto, su segunda cara. No había Ziggy Stardust sin los Spiders From Mars. Ahora Bowie aparece como una figura autónoma y se rodea de una banda que, desde los preceptos técnicos del jazz y las improvisaciones de la escuela americana, lo acompaña con solvencia pero sin intervenir: todo está engarzado para que el Duque brille por sí mismo. Todo está listo para que David Bowie se presente ajeno a quien ande por detrás.

El Bowie de la gira de Station To Station es un Bowie oscuro, bien peinado y elegantemente vestido
El Bowie de la gira de Station To Station es un Bowie oscuro, bien peinado y elegantemente vestido.

Cocaína, pimientos rojos y leche, Allister Crowley, Nietzsche, faraones y mitos olímpicos… en torno a ese universo orbitaba la estrella, que «no recuerda prácticamente nada de las sesiones de grabación del disco». El Duque Blanco se levanta como una especie de zombi moderno, una criatura de Frankenstein con cerebro, como un diabólico american pshycho, como la versión en negativo del Transformer de Lou Reed. Una perversión psicótica de la realidad más material. Elegante, frío, perfectamente vestido en camisa blanca y pinzas y chaleco negro, maquiavélico y cruel. Pero romántico en el fondo, desolado en el interior. Cantando al amor con el nervio de sentir dormido por la farlopa.
Musicalmente, Station To Station hace progresar el funk aprendido en Young Americans rodeándolo de la marcialidad motorika del kraut que ya empezaba a aflorar en Alemania de manos de Kraftwerk y, sobre todo, acaba formalizando un tratado referencial en lo que luego se considerará dance-punk. Un proceso difícil de observar en cualquier artista pero natural en la sonoridad de David Bowie y que encuentra en la producción de The  Idiot para Iggy Pop un paso intermedio que culmina en la experimentación de Low, el primer episodio de la «Trilogía de Berlín». Bowie se serena, abandona los excesos y Los Angeles y se muda a Alemania. Vuelve a trabajar con Tony Visconti. Se acerca al sonido de vanguardia de Roxy Music, con quienes trabajaba su nuevo colaborador, Brian Eno, emblema de la experimentación pop (el uso del armonizador Eventide, los loops de teclado, el desarrollo del wall of sound…), y se acerca a los principios del post-punk sintetizando el krautrock de Neu!, Bauhaus o Kraftwerk. Incluso se ha llegado a incluir Low entre los álbumes fundadores del post-rock (Bjorn Randolph en Stylus Magazine; http://stylusmagazine.com/articles/staff_top_10/top-ten-albums-on-which-the-sequencing-is-lost-on-cd.htm). Lo que está claro es que Bowie volvió a sacar la cabeza a la superficie para dar su bocanada y volvió a situarse a la cabeza de los movimientos culturales que le sobrevendrían. Que se volvió a salvar a sí mismo desde la reinvención de sus principios. Y que completó esta ‘segunda transición’ con uno de los momentos musicales más excelsos de la historia. Su legado está en todas partes. Pero lo más importante es que su legado es piedra angular de cientos de músicos y de cientos de estilos porque su legado es de una versatilidad inabarcable y extiende sus tentáculos hacia prácticamente todos los géneros. La transición es, en fin, la esencia artística de David Bowie. De estación a estación.

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