Crónica: El electrowaltz de discothèque de Metronomy

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Metronomy explotaron como nunca en La Riviera de Madrid, en el que era su primer concierto en sala en nuestro país, su discoteca de groove


“Esto no es un festival… nunca nos habéis visto como ahora”. Es lo primero que le dijo al público Joseph Mount después de que Metronomy pasaran por La Riviera el primer rodillo, soltando de inicio y con implacable violencia funk una batería de cinco temas que no dio respiro, ni a los pies ni a las gargantas, ni a la fiesta que convocan estos británicos con formación de rave y exquisito french touch. No, no era un festival, y aquel inicio, un poco deudor  sonoro de Summer 08, un disco que quizá no ha recibido toda la atención que merecía, empezaba a confirmarlo.

No renuncian a su velocidad, pero sí se permiten elaborar el discurso con mayor (y mejor) sentido narrativo, igual que tornar los guiños al synth rock de estadios que han poblado su directo en festivales en píldoras de espíritu clubber comprimidas en su propia masa. ‘Back Together’, ‘Miami Logic’, ‘Old Skool’… todas sirven para desatar una histeria que ahora todavía parece contenida, más elegante y mejor vestida. Y les dan continuación con ‘The Bay’, así, de primeras. Sin tiempo de que te recuperes, pues La Riviera ya está completamente entregada a la pedazo de banda de Josh Mount, desenvuelven la joya que más reluce de su último trabajo, ’16 Beat’, tan secantemente Prince, y dan el primer respiro, apenas perceptible.

El grueso del concierto osciló un poco más entre momentos más reposados, más baladistas, como ‘I’m Aquarius’ o ‘Mick Slow’, siempre desde esa melodiosidad acuosa y a veces viscosa que tanto les caracteriza, y latigazos sintéticos que ejemplificaban bien la ambivalencia que existe, más allá de lo meramente conceptual y de la propia intención que Mount tuviera de ello, entre el Nights Out con el que se hicieron hueco en el cortejo del indie y el Summer 08 con el que se supone le dan continuación, resaca. ‘My Heart Rate Rapid’ y ‘Hang Me Out To Dry’ pueden escenificarlo de algún modo. Entre ellas se coló el pastel de nata y fresa con el que Metronomy celebraron el éxito de The English Rivera. Un sencillo que avanzaba todo un pastiche disco que todavía persiste como su intento más desenfocado y que, con todo, terminó siendo de lo más celebrado: ‘Love Letters’.

El único momento en el que bajaron voluntariamente de revoluciones vino con los melódicos downtempo ‘Lately’, canción sin editar que están presentando en la gira, y ‘Love Song for a Dog’, recuperada de su primer disco. El desperece vino, al menos en el plano personal, de la mejor manera posible. Y es que Metronomy hicieron por fin esa que yo llevaba esperando años. No la habían tocado en ninguna de las cuatro veces que había podido disfrutar de ellos con anterioridad y, benditas excepcionalidades de poder disfrutar de un artista (más de uno de estos que sabe que es su hábitat natural y disfruta con ello, vocaciones de estadios aparte) dentro de una sala, al final terminaron tocándola. Estoy hablando de ‘On Dancefloors’, esa sutil progresión de groove melancólico que parece llevarles al delirio, a otro más, de brillantes sintes ochenteros, guitarras afiladas con blues teñido de rosa y un bajo que no da tregua. Ahí está, en el fondo y vuelvo a repetirlo, la verdadera esencia de Metronomy, en la calidad de cada uno de sus cinco integrantes de gira y en como la ponen en común sobre el escenario con un engrase perfecto.

Una calidad que en la recta final es inapelable: ‘Corinne’ y su histeria controlada, esa ‘Night Owl’ que se resiste a echar el freno pese a su patente melancolía discotequera… ‘The Look’ y aquella historia de cómo conocí a Metronomy sirviendo en 2011 en un bar de Brighton y me enamoré al instante de sus pianillos como retro, como baratos y deliciosamente disonantes, y de la ingeniería de sus juegos vocales.

‘Reservoir’ sirvió para despedirles, pero volvieron de nuevo para hacer ‘Love’s Not An Obstacle’, que quizá pasó un poco como un interludio, música más de acompañamiento que verdaderamente relevante, y sobre todo ‘Everything Goes My Way’, ya un clásico por el intercambio de posiciones entre Ana, que deja la batería y se pone a la voz cantante, y un Mount que la sustituye a los platos mientras mantiene un importante protagonismo vocal.

Visto ya desde fuera, quizá faltaron un par de temas para culminar el concierto perfecto… ‘Holiday’, ‘Heartbreaker’, ‘Radio Ladio’ o ‘The Upsetter’ podían haber sonado en lugar de alguno de los temas de Summer 08. Lo repasaron entero, con la única excepción de ‘Summer Jam’, pero quizá eso también fue un pequeño privilegio, ya que dotó al show de una interesante linealidad, de un gran sentido narrativo, desde la descarga inicial a las aguas moderadas y a un cómodo siempre hacia arriba que sabe nadar siempre en todos los niveles. El mayor de todos, privilegio digo y vuelvo a repetir, escuchar en directo una de las canciones de amor más sencillamente perfectas del siglo XXI, esa ‘On Dancefloors’ que pone a bailar la melancolía de no poder hacerlo con quien amas y a solas. El waltz de Metronomy.


[Nota cómica: llevan cayendo del techo del escenario de La Riviera confeti y papelillos desde que Angus & Julia Stone montaran el lunes la nevada de ‘Snow’; también les nevó encima a Mogwai]

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