Crónica Tomavistas 2017: un festival con vistas

Asistimos a la edición lanzadera del madrileño Tomavistas, con triunfos de Goldfrapp, Temples, Lori Meyers y L.A.


No hace mucho comentaba con un colega músico una situación concreta que puede ser perfectamente extrapolable a una circunstancia mucho más general. Me decía que conoció precisamente a una de las bandas de este Tomavistas, Temples, en aquel SOS 4.8 de 2015 en el que también estaban Lori Meyers, y que lo que más le sorprendió de ellos fue verles salir del hotel a las 10 de la mañana bajo el implacable sol murciano de mediados de mayo completamente maqueados, con sus chaquetas, sus botas, sus fulares psicodélicos… mientras muchos músicos nacionales se camuflan cuando bajan del escenario, los de fuera, de gira, mantienen una pose y una ideología de banda en todos los aspectos públicos que les rodean.

Y esto es clave para entender cómo Goldfrapp, por ejemplo, pese a un espectáculo relativamente imperfecto, se alzó con el cetro de campeona. En su espectáculo todo estaba medido al milímetro: el vestuario, la iluminación, los tímidos y minimalistas visuales… el bajo Ibánez de metacrilato y las keytars. El propio sonido y su contundencia postapocalíptica. Todo contribuía a engordar su oscuridad y a asentar su apariencia galáctica. No es belleza lo que pretende lograr la performance, no es rematar el espectáculo, como sí puede ocurrir en Lori Meyers. Los de Granada, por su parte, llevan en esta gira un aparataje pocas veces visto en el circuito alternativo («indie») de nuestro país, que se codea con los de Love Of Lesbian o Vetusta Morla y que añade el juego de las estructuras LED móviles para dejar un impacto visual preciosista y emocionante, pero no es más que un complemento perfecto del show, no una integración natural, no una alegoría de la identidad de la propia banda.

Y es ese sutilísimo detalle el que hace la diferencia con las megabandas de fuera, muchas veces más que la música en si misma, porque a los Lori pocas pegas se le pueden poner en este aspecto. Temazos, muchos de ellos atemporales, algunos trayectos irregulares con los temas de su último disco y un momentazo empalmando sus dos buques insignia, ‘¿A-Ha Han Vuelto?’ y ‘Mi Realidad’. Goldfrapp también pasó momentos más densos con los temas de Silver Eye (‘Become The One’ sonó irreconiblemente pobre), pero el juego que hace su frágil y delicada voz con la ominosidad de los teclados de infierno alienígena y rompepistas machacones como ‘Ohh La La’, ‘Train’, ‘Systemagic’ y sobre todo la colosal y dominatrix ‘Strict Machine’ que cerró el show hicieron el resto y la convirtieron en la gran triunfadora de la primera jornada y probablemente del festival, con el permiso de esos jóvenes británicos de los que hablábamos al principio.

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Temples golpean con cada vez mayor contundencia y su directo ha ido ganando puntos con el paso de los (pocos) años en forma de solvencia de las guitarras y contorno de los sintetizadores, pero especialmente en la forma en la que han sabido integrar en su discurso las idas de olla psicodélicas que a veces hacían perderse su espectáculo en una bruma de la que difícilmente salían en clave de pop. En ‘Mesmerize’ volamos a muchos metros del suelo a lomos de un trance alado de diez minutos imposibles de bailar que atacaban a cada terminación nerviosa, a cada unión de dendritas; el gólem de lodo de ‘A Question Isn’t Ansewered’ nos acongojó a todos. A lo mejor les faltan las canciones, pues su educación pop a veces permanece inofensiva, pero el paquete es incuestionable, una máquina del tiempo que recuerda a la edad dorada de la psicodelia tanto en la actitud como en la ambientación, tanto en la caja blanca que cubre los teclados como en el look de estos pequeños riders on the storm.

Luis Alberto Segura, L.A. (lee aquí la entrevista que le hicimos a principios de mes), por su parte, tiene absolutamente claro lo que acabamos de decir, y se subió al escenario Corona para cerrar el festival la noche del domingo asumiendo el papelón de banda internacional que faltaba ese día (estuvo Jeremy Jay, flamante fichaje de El Segell del Primavera Sound que estará el lunes que viene dentro de las jornadas preliminares del gigante barcelonés y con una propuesta a medio camino entre el post punk onírico y el dream pop sintético, pero no había un grupo de fuera con contrastada entidad). En un país en el que se ríen de los que pronuncian «wai-fai», hay que estar muy seguro de sí mismo para salir con una apariencia tan guiri, tan profesional. L.A. y su banda, de nivelazo, parecen por momentos Pearl Jam o Kings Of Leon, estrellas del rock que manejan a la perfección los avatares del directo. Tuvieron un sonido excepcional y dieron una lección de cómo se debe enfrentar un concierto, además de demostrar que los temas del último King Of Beasts funcionan de maravilla (especialmente ‘The Keeper And The Rocketman’, temazo).


Fueron los grandes sobresalientes de un festival, pero hubo enormes triunfadores. Esto es como el fútbol, que muchos astros se tienen que alinear para que el Alcorcón elimine al Madrid en Copa del Rey. Y ese bíblico David, en el Tomavistas, fue C. Tangana. Puchito lo sabe: «llevo diez años haciendo música, comiéndome toda la mierda… pero en 2017 me voy a llevar el sobre, voy a ponerme las gafas de sol hasta las 8 de la mañana». El concierto del trapero en el escenario Wegow acabó convertido en uno de Agorazein, con Sticky MA y Jerv.agz (Fabianni como siempre a los platos) subidos al escenario, en el que además sonaron los hits con los que Tangana logró acompañándose de Rosalía reconocimiento general el pasado año, y dejó una sensación brutal de saber hacer. Tienen una lista de temas extensísima ya, incluyendo el nuevo ‘Espabilao’ de Puchito, pero lo mejor de todo es que en el escenario se mueven como pez en el agua… y el timbre de Tangana, que a veces entona y gallea, que se hace irresistible.

Estos ‘Chikos de Madriz’ no tienen nada que envidiarle, por ejemplo, a The Horrors, impasibles como siempre y demasiado absortos en la propia contemplación de su impostada oscuridad (aunque ‘I See You’ y ‘Still Life’ les devolvieran al status que se supone que ostentan), o a Hercules & Love Affair, triunfadores estos (ojo), como casi siempre, pero un poco más alejados del disco que de costumbre y más apegados al house de pegada deep, lo que acabó restando bastante lustre a sus dos grandes hits, ‘Painted Eyes’ (la asesinaron directamente… palmface) y ‘Blind’ (esta es imposible asesinarla, es uno de los mayores éxitos de club que se han hecho jamás). Fueron los encargados de poner la fiesta electrónica a un festival en el que no estaba muy representada, si acaso también por Delorean (que hicieron un set mágico en el escenario del bosque a las dos de la mañana del sábado) y Aries.

Otros de los que se coronaron fueron Los Nastys, que dieron uno de los conciertos más animados e incisivos de la tarde del escenario Corona, puro nervio punk, y León Benavente, infalibles como siempre (y ya es una muy mala costumbre) con su dance punk brutalista y abrasivo imposible de no bailar. Fueron de los poquitos, junto con Airbag, que despertaron pogos entre una multitud bastante sobria y serena.

Las tardes del Corona dieron para mucho, hasta para que al batería de Kokoshca le diera un vahído por insolación (qué buenos son estos chicos, pese a todo… qué forma de integrar la tradición y el costumbrismo en una propuesta rabiosamente actualizada entre el lo-fi, el punk sucio y The Velvet Underground). Dieron para que Morgan embobara a los asistentes con su preciosa voz con reminiscencias de Adele y con su propuesta de banda de blues tabernario o para que The Big Moon se quedaran sin su ansiada confirmación con un concierto bastante blandito que ha pinchado bastante nuestras expectativas.

Y dieron para que The New Raemon & McEnroe dieran vida a su conjunto Lluvia y Truenos, una propuesta que ya nos enamoró en directo pero que desentona un poco en el contexto de un festival, y para que Enric Montefusco perpetrara uno de los espectáculos más emocionantes del festival, más gracias al recuerdo de Standstill (increíbles ‘¿Por Qué Me Llamas A Estas Horas?’ y ‘Adelante Bonaparte’) que a su renacimiento en solitario con Meridiana, que sin embargo tiene el meritazo de saber sentarse sobre un «camilojosecelismo colmenero» (La Colmena podría ser la calle Meridiana en la que se crió y que da sentido a este álbum sobre los comienzos y los orígenes) y de cobrar vida de una forma bastante orgánica, con pocos instrumentos eléctricos (el único estrictamente eléctrico era el sintetizador, que por lo general imitaba el sonido de un piano o de un teclado tradicional) y un arsenal de otros naturales: un acordeón, una trompeta, percusiones, violín, guitarras acústicas (y electroacústicas) y hasta una especie de corno serpiente. Un paso más allá dan cuando rompen la cuarta pared, se bajan del escenario y se suben encima de unas sillas de piscina en el centro de la explanada para interpretar por segunda vez, como en los viejos bises, completamente desenchufados y sin micrófonos ‘Todo Para Todos’. Es ahí cuando rompen el corazón a todo el Tomavistas.

Mucho mejor lo hicieron que otros como Los Punsetes, que presentaban ¡Viva! Salieron al escenario con su vocalista vestida de muñeca de porcelana barroca y sobrevolaron (como los vídeos kitsch que ilustraban absurdamente el espectáculo) unos problemas de sonido que reforzaban a la banda, enorme, pero enmudecían a Ariadna. Esto fue, por desgracia, una constante a lo largo de todo el festival, que supieron superar excepcionalmente bien Lori Meyers, L.A. y Temples pero que afectó por ejemplo a The Horrors, a Goldfrapp o a Suuns (que no consiguen trasladar al directo el enorme efectismo oscuro de su último y destacable Hold/Still pero que sí invocan un fantasmagórico synth de guitarras con cariz industrial).

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También dio problemas de sonido el escenario Wegow. En la tarde del sábado, y aunque se libraron Cala Vento (enormes, tremendos, gigantes, brillantísimos… uno de los rayos de luz más cegadores de la escena nacional) los sufrieron Las Odio, que tuvieron que parar varias veces su retahíla punky de reivindicación feminista (la verdad es que, en general, el Tomavistas de este año queda como un festival bastante equilibrado en el balance de artistas femeninos y masculinos, lo que es una estupenda noticia y esperamos se convierta en una costumbre), o Mourn, que pecaron de inmadurez al ponerse nerviosas tras alguna pequeña falla pero que aún así demostraron ser uno de los valores más auténticos y rabiosos de la escena indie de nuestro país. Se les pide mucho, pero es que ver a Mourn subidos al escenario con su perfecta imperfección técnica, esas dos voces graves y amenazadoras que recuerdan tanto a la mejor PJ Harvey, ese batería arrollador que puede ser de los mejores en lo suyo (a veces funk, a veces indie pop, a veces punk, a veces rock) y y su contundencia que va de lo marcial a lo arrítmico es lo que despierta. Que esta será una de nuestras grandes bandas.

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El domingo en el Wegow fue un poco peor, y cabe preguntarse mejor: ¿qué banda no tuvo problemas de sonido? Fue el día en que más se notó la descompensación del tamaño de los escenarios, uno enorme y el otro minúsculo, y Rufus T. Firefly y Polock se llevaron todas las bofetadas (Pavvla salió mejor parada a primerísima hora y demostró que sigue cocinando a fuego lento un paso hacia delante). Dos buenísimas bandas, los primeros demostraron ser un valor en alza nacional con un desempeño en directo encomiable, con una enorme intensidad psicodélica y con la sorprendente capacidad de crecer en oscuridad y frikismo sobre sus más pobres bases melódicas (muy sacadas del topicazo Oracular Spectacular de MGMT, que ya va a cumplir diez años…) mientras que los segundos prefirieron emborracharse para olvidar los problemas de sonido y dar un espectáculo rasito en el que aún así dieron vida a unas canciones irresistibles que caen irremisiblemente en la confrontación con Phoenix (si estáis leyendo esto, chicos, por favor, empezad todos los conciertos con ‘Rising Up’).

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El otro problema, que los Tuents (estos tokens modernos patrocinados por Tuenti) no eran válidos de un día para otro y que no estaba muy bien especificado, lo que dio bastantes disgustos a muchos asistentes. Por lo demás, genial fin de semana en el parque Enrique Tierno Galván de Madrid, siempre soleado, con un ambiente familiar y acogedor y nada sobredimensionado, con colas en los baños y en las barras pero con mucha comodidad en el aforo de los conciertos y un buen flujo entre los dos escenarios, que además se alternaban casi siempre al límite de hora permitiendo no perderse nada. El año que viene, más, porque ya se ha confirmado la edición de 2018 y se han puesto a la venta los abonos. Estaremos allí como buenos animales de ciudad.

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