Crítica: La revolución sexual de Janelle Monáe

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Dirty Computer, el disco más reivindicativo de Janelle Monáe, es también su disco más directo y accesible — y pone en valor el amor como máxima universal


Actriz, modelo, activista y música polifacética, Janelle Monáe siempre ha aportado una teatralidad y una compleja y elaborada escenificación a su discurso. De eso iba la obra magna The Archandroid, un disco arrollador para ser un debut y en el que ya estaba prácticamente expuesta la sublimación artística a la que aspiraba su autora. Un disco que diera la sensación de empezar la casa por el tejado y en el que Monáe ya introduce y desarrolla extensamente toda la imaginería que ha construido a lo largo de su carrera sobre una fantasía distópica postapocalíptica robótica.

Electric Lady llegaba después, ocupaba en cierta manera el espacio más sobrio que debería haber ocupado un primer disco y representaba el limado de algunos de los excesos conscientes de The Archandroid. Un disco mucho más directo dentro de sus peculiaridades a la hora de mezclar géneros con inclemencia. Lo que representaba, después de haber sentado las bases de la distopía androide en The Archandroid, es la rebeldía de Janelle Monáe.

Pero es ahora, con Dirty Computer, cuando la rebeldía adquiere más un tono de reivindicación, y lo hace siguiendo un poco la línea que abrió St. Vincent con Masseduction el año pasado, consiguiendo firmar su disco más reivindicativo con el que también es su disco más eminentemente pop, más accesible a primera oída. Dirty Computer es probablemente el disco más «simple» de Janelle Monáe, sí, pero también es un disco complejo, lleno de matices, lleno de aristas que tiene más unidad estilística que sus obras pretéritas (aunque no narrativa o conceptual). Parte además de un emotion picture de cincuenta minutos en el que la propia Monáe expone el concepto que hay detrás de Dirty Computer, esta distopía en la que los diferentes son considerados dirty computers, máquinas estropeadas, máquinas sucias, y son desactivados.

De hecho se podría decir que todas las premisas que trabaja Dirty Computer se resumen un poco en la canción que sigue inmediatamente a la introducción, ‘Crazy. Classic. Life’, que tiene ese estribillo pegadizo y popero que casi podría recordar a Taylor Swift (y que va a recordar en otras canciones como ‘PYNK’) pero además esa estética urbana rebelde, un poco de cyber punk, entre lo clásico, lo barroco, lo romántico y el lujo oriental, el glam y lo futurista, para hablar de esa dicotomía que expone en la frase «I’m the american nightmare / I’m the american dream», el pulso entre el sueño americano y la pesadilla que supone, la dominación, el apropiacionismo cultural, la imposición de un modelo único de sociedad y de cultura en todo el mundo.

También pronto llega otro de los temas que se desarrolla ampliamente en el disco, instigado por esos bajos sexuales y funkies en los que ha participado Thundercat: la libertad sexual. Janelle Monáe, poquito antes de lanzar Dirty Computer, se confesó pansexual y precisamente una de las cosas que reivindica con más fuerza en el disco es lo lúbrico como fuente de liberación, asumiendo que uno de los principales tabúes, uno de los principales métodos de represión de la libertad individual ha pasado a través del sexo. El sexo es uno de los canales de alienación más importantes de la historia. De ahí viene un poco el propio título, Dirty Computer, en el que Janelle crea esa identificación de la idea de libertad absoluta con algo sucio con la que reprime la sociedad. En la película incluso utiliza imágenes religiosas, porque al final ese concepto de lo puro contra lo sucio, contra lo pecaminoso, es , de nuevo, una de las fuentes de alienación más importantes de la historia. De hecho la reivindicación empieza por emplear lenguaje explícito en todos los temas, que además tienen títulos como ‘I Got The Juice’, ‘Make Me Feel’, ‘I Like That’, ‘Don’t Judge Me’ o ‘Take a Byte’, que hace un juego de palabras con un mordisco y un byte, que es el conjunto más pequeño de información en lenguaje computacional.

La primera parte del disco es un poco esa tensión entre el ser desconectada y esos recuerdos de vida a todo trapo, de no me importa. Ese «let’s get screwed, I don’t care» de ‘Screwed’ que representa el nihilismo de la sociedad actual y que se completa con el interludio final del tema, en el que concluye que todo en la vida es sexo excepto el sexo, que es poder, cuando el poder es sexo. Ella misma empieza a rapear en un claro alegato a la libertad sexual de la mujer, relacionándolo con bastantes políticos del mundo en el que vivimos, mencionando a Trump o a Rusia. Ese rapeo que empieza en ‘Screwed’ alcanza maximización en la que le sigue, ‘Django Jane’, demostrando además la gran coherencia narrativa del disco, que cuenta una historia y que es coherente consigo mismo, y desatando el monólogo de la vagina justo en su epicentro. Una canción en la que ella rapea con agresividad (y bastante flow) sobre un beat de trap con una letra en la que recurre a los tópicos del hip hop y presume de sí misma pero en la que también lucha contra la dirección del mundo («for the culture, I kamikaze») que ha creado su distopía, ese mundo androide en el que poco a poco nos van controlando a través del mitigado de los instintos. Y que representa el empoderamiento de la mujer negra en EEUU, con éxito, polifacética pero a la vez rebelde, «kamikaze».

En el film que acompaña al disco, tras ‘Django Jane’ se produce la limpieza, la transformación, y entonces empieza ‘PYNK’, que es una de las mejores canciones del disco, con coros de Grimes de por medio y una guitarra, también de Grimes, que consigue apagarse sutilísima durante la segunda estrofa y dar la tralla justa en el estribillo, y que es una canción interesantísima en lo lírico porque dibuja una alegoría identificando el tópico del rosa y su relación con el mundo de lo femenino haciendo comparaciones con que las partes importantes de la vida, de lo vital, vienen del color rosa (haciendo incluso una referencia a la vagina). Todo empieza en el color rosa, en la carne, en las vísceras y en las entrañas, que al final son de color rosado. Es una canción dedicada al pussy power y en la que además Janelle empieza a tratar su sexualidad de forma más explícita, poniendo imágenes a su ambigüedad sexual. No extraña por tanto que luego suene ‘Make Me Feel’, el resultado de traer ‘Kiss’ a 2018. No hay espacio para hablar de plagio porque el propio Prince estuvo involucrado en este disco antes de morir. Y es interesante porque al final enlaza con la parte Prince de Dirty Computer a través de la ambigüedad sexual, que es uno de los valores que el de Minneapolis siempre hizo suyos.

De hecho la propia Janelle liberada es la que aparece en el videoclip de ‘Make Me Feel’, la que también aparece en la portada del disco, una Janelle casi divinizada y convertida en una especie de icono sexual futurista y misterioso, con esa máscara casi persa que se relaciona con los lujos orientales y con la construcción perfecta del ambiente del disco que genera Janelle Monáe. Las canciones de Dirty Computer son memorias a las que está accediendo este «imperio» y que está borrando, de alguna manera los pecados de la sociedad y de la propia Monáe.

Deja una reflexión interesante aquí, que tiene algo de Interestellar, y es que podemos renunciar a todo, es posible que el ser humano esté preparado para renunciar a todo, para dejarse limpiar, pero lo único que nos cuesta olvidar de verdad, lo único a lo que nos costaría renunciar de verdad es al amor.

‘I Like That’, después, es otra autoreafirmación por parte de Monáe (y uno de los grandes growers del disco) pero mucho más sutil y mucho más pop que ‘Django Jane’, menos rabiosa y reivindicativa y más pasota, con esa actitud I don’t give a fuck que se relaciona muy bien con el beat cansado y casi tropical de la canción. De hecho, al final, antes de una coda un poco más espacial, se da un baño en una bañera de leche de burra, a lo Cleopatra, y se permite otro pequeño fraseo en el que repasa motivos como el bullying en otra autoreivindicación de Janelle como artista y como persona.

La idea en general del disco también toma conceptos de The Handmaid’s Tale y esa especie de lavado de cerebro, o ese espacio conocido como «the sunken place» que también ha abordado recientemente Kanye y que pertenece a una película muy importante dentro de la narrativa negra de los últimos años como ha sido Déjame Salir.

La última parte del disco trata sobre el juicio y la exposición pública, y retoma los motivos religiosos en un interludio hablado de Stevie Wonder (‘Stevie’s Dream’) en el que el mítico músico apela a la igualdad de las religiones del mundo, fundadas en definitiva en el amor como máxima religiosa universal. El discurso estalla en ‘So Afraid’, una progresión instrumental chorreante de epicidad en la que Janelle Monáe expone sus miedos, al escarnio y al fracaso, a mostrarse ante el mundo tal y como es, pero que se abre a la esperanza en ‘Americans’, otra readaptación de un clásico de Prince (con, qué raro, gran parte de imaginería eclesial) auspiciada por el propio genio de color púrpura, ‘Let’s Go Crazy’. Hay esperanza si todos juntos nos revelamos. Eso es ‘Americans’, una llamada a la acción que sienta cátedra sobre el conjunto del disco y que cierra todas las reivindicaciones idealistas con realismo, culminando todos los defectos de la sociedad que están tratados a lo largo del álbum: racismo, homofobia, represión sexual, imperio de la desinformación, locura colectiva o manipulación sociopolítica. Izar la bandera de Prince en 2018, un año después de su muerte, puede ser una de las cosas más necesarias para el mundo tal y como lo concocemos, un mundo que se queda sin héroes y sin la capacidad de crear los suyos propios. Janelle se queda en el medio, pero por lo menos lucha por cambiarlo.


8,2 / 10


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