Crónica: El duende de Animal Collective

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Avey Tare y Panda Bear tomaron las tablas de la Joy Eslava para rendir cuentas a Sung Tongs, el disco que explica sus geniales diferencias y que les reconoce como vanguardistas adelantados del pop experimental

No era ninguna secreto lo que venían a hacer en esta gira Animal Collective. Revivir de una forma enormemente fiel un disco que fue fundamental para empezar en la indagación tecnológica que les llevó a las alturas cuando abrazaron la electrónica para terminar de redondear su deconstrucción. Cubismo sonoro, no era una de esas fiestas psicotrópicas en las que el cerebro se fundía, como los sonidos, en un microhondas lo que podíamos esperar, sino más bien esto aunque algunos se disgustaran al subir el telón que había dispuesto para la ocasión la Joy Eslava porque no había caído ningún clásico reconocible. La idea era exponer al desnudo sus orígenes, tratar de atar en corto cada una de las pequeñas vanguardias y locuras sonoras que explicarían Strawberry Jam o Merryweather Post Pavillion y devolverlo en forma de espectáculo completo. La idea era tocar Sung Tongs, mano a mano entre Avey Tare y Panda Bear.

Y así se presentaron, ellos dos solos al filo del escenario y sentados a guitarras acústicas, efectos de pedal y algún bombo naturalista. Sobre un telón oscuro que definía la seriedad del concierto, un show minimalista y sensorial pensado para la introspección en colectivo. Jugando con la armonía de sus voces, forzándolas hasta lo gutural para conectar con lo trascendente y entre rasgeos serenos de guitarra, empezaron el concierto con una misa resonante hasta dar por comenzado Sung Tongs. En riguroso orden y prestando atención a cada detalle y a cada transición. La progresión de ‘Leaf House’ levantaba el ritmo del concierto con esa identidad tribal que les caracteriza y en cuanto estalla en ‘You Could Win A Rabbit’, como en un brillante florecimiento en plena primavera, se levanta el telón y deja ver dos enormes tapices al fondo del escenenario. De colores ultrasaturados y psicodélicos, representan guiñando a la portada del disco el paso de la vida a la muerte y cómo se puede entender como un ciclo natural, como un bucle, como una prueba natural del eterno retorno.

Lo espiritual es una tónica de la predentación de Animal Collective, que además dejan clarísimo de dónde les sale el nombre, de dónde le viene la casta al galgo. Más allá de que en la época se disfrazaran de animalitos para subirse al escenario, es cómo juegan con sus voces para imitar las onomatopeyas de una naturaleza en calma, pastoril, hippie; los insectos, las aves, los reptiles, el silbido del viento entre las hojas, lo que les convierte en un colectivo animalista que apela a lo más espiritual y hondo de la conexión con la pachamama.

Quizá esos momentos más oníricos y reposados, cánticos evocadores en armonía con la madre tierra como ‘Sweetest Voice’, ‘Kids On Holiday’ o ‘Mouth Wooed Her’, estén más pensados para auditorios o salas más enfocados a lo teatral que la Joy Eslava, y eso hace que a veces se pierda la atención, pero saben enredarlo con temas más pop dentro de lo espontáneo de su puesta en escena del tipo ‘Winters Love’ o, sobre todo, ‘Good Lovin Outside’, lo más parecido a lo que entendemos por canción de todo el concierto. Y trascender en los momentos más comunionales, más ayahuasqueros y locos, como la tremenda ‘We Tigers’, dibujando un estilo experimental que parte del folk únicamente por su naturalismo mágico, recordándonos además los mejores momentos de la época dorada del weird folk, pero que se desarrolla realmente en torno a una improvisación pasional que les lleva a darle la mano al flamenco. A nadie le extrañaría, escuchando la fiesta percutiva de ‘Sweet Road’, que se arrancaran por alegrías, por seguirillas o por tarantas y que alguien empezara a zapatear hasta prender el tablao en llamas mientras resuenan los espectros de ‘Visting Friends’.

Para terminar, repasaron algunos temas perdidos de la época, a principios del milenio, cuando Avey y Panda se obsesionaron con exorcizar a base de frikismo y experimentación la esencia de su sonido, a extraerla, perfilarla, contenerla. Domesticarla y poseerla para siempre, para reconvertirla en las caras que sean necesarias según iba avanzando el tiempo y el proyecto. Hasta que se convirtieron en emblema de la experimentación pop de principios del nuevo milenio. ‘Don’t Believe The Pilot’, ‘I Remember Learning How To Dive’… pruebas del sibaritísimo estatus de este concierto. Que compongan el bis, desde las profundidades de discos de los de rebuscar, define muy bien un concierto de esos que pasan como cometas Halley, una vez en la vida. Demasiado especiales para ser ciertos.

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