Kendrick Lamar: cómo el hip hop redefinió la narrativa

Diego Rubio Méndez

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Recientemente galardonado con un Pulitzer, Kendrick Lamar no solo es ya uno de los grandes raperos de la historia, también es un reconocido renovador de la narrativa y de la forma de contar historias en un mundo en que la literatura ha cedido su dominancia

Pienso en Kendrick Lamar y me asusto. La sola aparición de su imagen en mi cabeza me resulta monstruosa y me aterroriza. Me eriza la piel sin necesidad de estar escuchando su voz, o una de sus numerosísimas obras de arte en forma de canción. El rapero de Compton lleva cerca de quince años dibujando una carrera impecable que no se ha contentado con redefinir el rap, sino que ha abanderado su edad de oro mientras rompía y rompe barreras para trazar caminos que otros puedan transitar.

La última la de ganar un premio Pulitzer de la música por su último trabajo, DAMN. Un premio siempre reservado a álbumes pertenecientes a los mundos más academicistas del clásico y del jazz. Lo que significa, más que la excelencia de un álbum que por descontado la exhibe, que Kendrick Lamar ha abierto una brecha entre dos concepciones otrora irreconciliables, trascendiendo con ello no solo la cultura popular sino también el tecnicismo de las élites.

Es solo una marca más, y más bien simbólica o metáforica, en la brillante historia de K-Dot. Un tipo que con tan solo 30 años ya es susceptible del eterno debate sobre panteones y realeza y un debate que él sigue aplastando disco tras disco y proyecto tras proyecto. Desde 2010 estamos asistiendo a la rescritura del rap y está ocurriendo con tanta fuerza que es posible que ni nos lo creamos, que nos cueste terminar de aceptarlo. No es posible hablar de Kendrick en términos tan exagerados como «el mejor rapero de la historia» porque qué presión para el chaval, o porque pareciera que han de pasar años para que el mundo reconozca por consenso la grandeza, o por el respeto a los mayores (a Tupac, a Nas, a Dre, a Rakim… incluso a Eminem o Jay-Z), o por el simple hecho de que es algo realmente subjetivo, un título volátil que pasa rápido de estar colgado en el despacho de un artista u otro dependiendo del momento y que han ostentado antes todos los que acabo de enumerar.

Se puede argumentar si estamos ante el mejor rapero vivo, como ha hecho por ejemplo Vince Staples poniéndole por delante de otros contemporáneos geniales como Kanye West o Drake, pero el debate con Kendrick va más allá. Él mismo, su música lo hacen ir más allá.

Y en el fondo no es necesario lanzar comparaciones al aire como tiros de tejano. No es necesario discutir sobre por qué Kendrick es o no el mejor rapero del mundo, el mejor rapero de la historia. Lo que es imprescindible es saber reconocer en presente la grandeza objetiva de un artista, tanto a nivel musical como a nivel lírico y tanto en el plano cuantitativo como en el cualitativo, pero también utilizando la relevancia estilística para su género y para la cultura pop en general, su impacto y repercusión y la inquietud creativa de la que haga gala. No es una fórmula mágica, no hay receta de la excelencia. Pero sí pistas que van dando enjundia al perfil de un artista y le llevan a reinar sobre todos los demás, o junto a unos pocos elegidos. Y Kendrick Lamar, seamos sinceros, ha cumplido con todo esto con, insisto, tan solo 30 años.

Así que nosotros vamos a analizarlo.

Kendrick Lamar: la música y la construcción del personaje

En primer lugar habría que coger la música en bruto, que al final es de lo que va todo esto. Kendrick tiene 3 discos propiamente dichos lanzados con su sello, TopDawg Enterntainment, junto a Interscope y el sello de Dr. Dre, Aftermath; un recopilatorio de ideas sin masterizar, unas cuantas mixtapes de sus primeros años, un debut independiente que con el tiempo está madurando como el buen vino y que apunta a convertirse en clásico perdido (Section.80), varias colaboraciones, el supergrupo Black Hippy y ahora también una banda sonora. Evidentemente es un artista prolífico, así que tic verde en el aspecto cuantitativo.

Entre toda esta obra podríamos diferenciar tres etapas claras: la etapa underground, de 2004 a 2008, en la que Kendrick da tumbos en busca de su estilo y en la que aún no ha encontrado la nasalidad de su voz; la construcción del personaje, de 2008 a 2012, una etapa en la que Lamar flirtea con sus influencias de entonces, la old school, Eminem, Nas y Snoop Dogg como las más reconocibles (aunque también Jay-Z, The Notorious B.I.G. o Rakim), para encontrar su estilo propio; y la etapa en la que nos encontramos, la que va desde 2012 hasta la actualidad y que se corresponde con sus grandes lanzamientos con una major discográfica. En este vídeo de Hip Hop Central se ve bastante claro:

Durante su segunda etapa Kendrick ya demuestra una calidad fuera de lo común y llama la atención de Dr. Dre, especialmente por la canción ‘Ignorance Is Bliss’ (de su mixtape Overly Dedicated), un retrato sobre la vida de Compton, la violencia callejera y la dureza de crecer en el suburbio de L.A. con el  sonido característico del barrio en una versión más relajada, sedada por sutilísimos vapores de jazz, algo que el rapero todavía estaba por desarrollar pero que ya asomaba como uno de sus rasgos más característicos, y recitada del tirón y sin tomar aliento, en la línea de la posterior exhibición técnica que es ‘Rigamortis’.

Con Dre y Snoop Dogg empezó a trabajar, y como queriendo demostrarle a Dre que no se había equivocado lanzaba por su cuenta el ya mencionado Section.80. Y le dejaba con la boca abierta. Snoop Dogg decía un año después, en 2011, que la costa oeste tenía un nuevo rey: Kendrick Lamar.

Buen chico… ciudad loca

No había hecho más que empezar. Su flow ya era una realidad, su inquietud artística estaba expuesta en temas como ‘A.D.H.D’, podía meterse en política como en ‘Ronald Reagan Era’ (una canción en la que comparte focos con RZA de Wu-Tang Clan) y soltar alegatos iracundos como el de ‘The Spiteful Chant’. Pero es a partir de good kid, m.A.A.d city cuando todo cambia.

Hay una tendencia en la música (o en general en la cultura) que suele agrupar los momentums artísticos en triadas. La trilogía pareciera ser un concepto más redondo, quizá por representar una reproducción de la base de la propia estructura narrativa que, requiebros y adornos de lado, puede resumirse en planteamiento, nudo y desenlace. Ahí están Hunky Dory, Ziggy Stardust y Aladdin Sane (bueno, o Station To Station, Low y Heroes) de David Bowie; Me Against The World, All Eyez On Me y The Don Killuminati de Tupac; Controversy, 1999 y Purple Rain de Prince; el Paths Of Rythm, The Low End Theory y Midnight Marauders de A Tribed Called Quest; The Head On The Door, Kiss Me, Kiss Me, Kiss Me y Desintegration de The Cure; los seis primeros discos de Led Zeppelin, que se pueden agrupar como dos trilogías perfectas; The Bends, OK Computer y Kid A de Radiohead; Let It Bleed, Sticky Fingers y Exile On Main Street de los Rolling Stones; Revolver, Sgt. Pepper’s y el White Album de los Beatles (aunque en su caso puede uno ver la trilogía donde le apetezca)… y por supuesto los dos trifectos de los únicos dos raperos contemporáneos que se atreverían a toserle a Lamar: The Slim Shady LP, The Marshall Matters LP y The Eminem Show de Eminem y My Beautiful Dark Twisted Fantasy, Yeezus y The Life Of Pablo de Kanye West.

No hay duda de que los de momento tres discos que ha lanzado encadenados Kendrick Lamar componen una del mismo calibre: good kid, m.A.A.d city, To Pimp a Butterfly y DAMN. El primero es un cuadro costumbrista sobre Compton que llegó para revitalizar el sonido de la costa oeste, pero también una demostración descarnada de la mejor habilidad de Kendrick: el storytelling. Eso que le diferencia y que le acerca a Nas, Rakim o Tupac, los grandes narradores, esos que conectan con el público con la crudeza, realidad y facilidad empática de sus composiciones. Canciones como ‘Money Trees’, ‘Backseet Freestyle’, ‘Bitch Don’t Kill My Vibe’, ‘The Recipe’, ‘Swimming Pools (Drank)’, ‘Poetic Justice’, ‘The Art of Peer Presure’, ‘Sing About Me’ o ‘M.A.A.D City’ lo convertían en un disco casi perfecto con una unidad y coherencia sobrenaturales, y en todas ellas se veía el espíritu renovador de Kendrick, la intención explícita de romper las canciones y fragmentarlas, de intercalar reflexiones, diálogos, grabaciones esporádicas y spoken-word y forzar al oyente a indagar en profundidad en el flow implacable de Lamar. Y de paso le había dado vida al Compton que toda una generación (como la mía) tenía en la cabeza por culpa del GTA: San Andreas.

El capullo se convirtió en mariposa

Toda esa inquietud creativa que se intuye en good kid se canaliza en To Pimp a Butterfly. EL DISCO. El asalto de Kendrick Lamar y toda una cultura a una Casa Blanca para blancos aprovechando el ocaso de Obama, el disco que avisa a Donald Trump, el que vuelve a poner en el candelero la desmedida violencia que sufren los negros en EEUU por parte de las autoridades y lo lleva a las grandes carteleras, a los principales festivales del mundo, a los móviles de millones de personas, a la televisión y a la gala de los Grammys, donde dejó una actuación para la historia.

El disco en el que le acompañan Thundercat, Kamasi Washington, Pharrel Williams o Sounwave, además de todos los espíritus de los que alguna vez lucharon con la música (y sin ella) por los derechos de la comunidad, incluidos The Isley Brothers, Tupac (le entrevista virtualmente en ‘Mortal Man’, al final de un álbum que al principio iba a llamarse Tu Pimp a Caterpillar, que hace el acróstico Tupac), Prince, Miles Davies o la Parliament/Funkadelic de George Clinton tanto como Malcom X, Nelson Mandela o Martin Luther King. El disco que hace comunidad y la lleva de la mano a todos los rincones del planeta. El disco que toma su nombre de la novela de Harper Lee llevada al cine por Robert Mulligan Matar a un Ruiseñor y en el que pone sus habilidades como contador de historias al servicio del compromiso colectivo. Un disco salvaje y consciente. Una obra maestra de lo narrativo que, de nuevo, fuerza al oyente a prestar atención. Esta vez no desde la deconstrucción de las canciones, que aparecen perfectamente compactadas y cerradas en sí mismas, sino por presentar en ellas estructuras y sonoridades difíciles, chocantes, entre el free jazz, la psicodelia, el neo soul, el r&b, el funk, la IDM y hasta el pop de guitarras californiano. Alejado siempre del easy-listening, de la escucha fácil. Pero sin resultar nunca demasiado obtuso, manteniendo el pulso comercial e intactas algunas de las mejores cualidades de su predecesor.

Y resultando relevante para su género, y ya vamos tachando bastantes de los puntos antes expuestos sin hacer mucho esfuerzo y sin darnos demasiada cuenta. To Pimp a Butterfly no trajo más que alabanzas por parte de los grandes maestros y de los medios (Pitchfork le ha llamado «el mejor rapero de su generación»). Pero es que además sirvió como marca definitoria para una corriente colindante que es la revitalización del jazz rap de los últimos años, auspiciada por raperos como Tyler, The Creator o Earl Sweetshirt o por el retorno de los míticos A Tribed Called Quest. Y ya había dejado otra de esas marcas históricas en 2013, entre good kid, m.A.A.d city y To Pimp a Butterfly, con su famosa estrofa en ‘Control’ de Big Sean, en la que «amenaza de muerte» a toda una pléyade de raperos (entre los que estaban el propio Big Sean, Pusha T, Tyler, The Creator, J. Cole, A$AP Rocky o Drake, por citar algunos) y consigue una reacción generalizada que puede considerarse con el tiempo el clic para que el rap se convirtiera en el género dominante. El momento en que todos presionaron a la vez para demostrar que formaban parte de una generación llamada a protagonizar la edad de oro del rap. Pocas veces tiene uno la suerte de disfrutar de uno de esos clímax culturales (las vanguardias, el siglo de oro, la época victoriana), así que mejor ser conscientes de ello y aprender a disfrutarlo.

En esta época Kendrick salió de gira como support de Kanye West en el Yeezus Tour. Kanye reinaba mirándose a sí mismo. Exhibiendo sus entrañas en MBDTF y sublimándolas en Yeezus, un disco en el que suplantaba directamente a dios. Cuando bajó a la tierra y se disfrazó del humilde San Pablo, que empezó a ver de verdad después de quedarse ciego, en The Life of Pablo, seguramente fue porque Kendrick Lamar había publicado To Pimp a Butterfly. Kanye era dios, un santo, un profeta… Kendrick era el rey, sí, pero el rey Kunta (referencia a Kunta Kinte, el protagonista de la novela y luego serie de televisión Raíces), al que todos quieren cortar las piernas. Un rey negro consciente de las dificultades de serlo en EEUU. Uno que había tenido que luchar toda la vida y que tenía que seguir luchando, como dice parafraseando (con exactamente la misma entonación) una línea de la película de Steven Spielberg El Color Púrpura, basada en el libro del mismo título de Alice Walker (todos los libros que estoy refiriendo, por cierto, han sido galardonados con el Pulitzer, así que podríamos plantearnos si desde las entrañas del prestigioso premio se está valorando a Kendrick Lamar como el nuevo hito de la literatura de empoderamiento negro en EEUU). Había demostrado que el compromiso es necesario, que puede ser comercialmente fructuoso, críticamente aclamado y significativo. 

Y quizá lo único que podría reprochársele, si es que eso pudiera reprochársele a alguien, es que hasta entonces había sido demasiado intelectual. Como decía, de escucha resistente.

La escalera que va del infierno al cielo es de doble sentido

Después de poner un en cualquier caso excelente paréntesis a su sucesión de obras maestras en 2016 con la colección de descartes e ideas sin masterizar untitled unmastered, que dejaba ver las entrañas creativas de To Pimp a Butterfly, Kendrick Lamar decidió cambiar de estrategia. Seguir defendiendo las mismas cosas, insistiendo en su concepción combativa y reivindicativa de la música, en su responsabilidad como artista y voz de una comunidad, pero con un discurso diferente. «I’m not addresing the problem anymore», diría en una entrevista en 2017, en plena vorágine de la sorpresa que supuso DAMN. Concierto histórico en Coachella de por medio, Lamar lanzó su tercer álbum justo a tiempo del festival y después de haber presentado una canción de aviso en la que amenazaba con que su nuevo trabajo iba a hacer que toda la industria tuviera que ponerse una bolsa de hielo y un hit descomunal como era ‘Humble’. Un tema que iba en esa misma línea, la de poner en alza la de la figura de Kendrick sobre todos los demás.

Pero el disco era algo más. Mucho más grande. Un viraje en cuanto a la forma de orientar o encarar el mensaje, pero no en cuanto a su sustancia o su significado. El mensaje persistía, adornado para pasar con astucia los filtros del sistema y los de los oídos populares. Lamar sonará y suena en las discotecas de hip hop, pero su mensaje permanece intacto y se colará con la sutileza de lo subliminal en los oídos de cada vez más personas por todo el mundo. Personas que, además, ahora pueden estar abiertos a escuchar To Pimp a Butterfly. Y la clase, por descontado, se mantenía e incluso se mejoraba en esta nueva faceta más «comercial» (o más masivamente enfocada, mejor), dando un paso adelante en otra de sus líneas de storytelling más reincidentes y complejas, la de la difícil conciliación del amor y el deseo, la lujuria, y que trata en algunas canciones de DAMN. enfrentando patrones rítmicos y líricos duales (‘Lust’ o ‘Feel’, resepctivamente) e incluso trayendo a James Blake para un 2step de manual como es ‘Element’, fusionado con hip hop alienígena y jazz espacial.

Pero en general narrando su propia historia de dualidad con un disco que luego lanzó en versión de coleccionista con el orden invertido porque podía entenderse, según empezara en ‘Blood’ o en ‘Duckworth’ (ambas con un disparo que acaba con Kendrick), como un ascenso a los cielos o como un descenso a los infiernos, respectivamente. «Wicked or weakness», esa es la cuestión, como se pregunta en la versión videoclip de ‘Humble’, que no por casualidad pivota en el epicentro de DAMN. «You gotta see this». Ya lo verás, avisaba, tienes que descubrirlo y serás tú mismo el que lo valore.

¿Que es raro que le hayan dado un Pulitzer? No, porque su forma de contar historias traspasa fronteras y se sale de lo normal. Está llamada a redefinir (y lo está haciendo ya) la forma de hacerlo. Pero además cumple con nota con todas las condiciones para ser historia viva de la música, uno de los más grandes que ha conocido. La que le faltaba queda completo con DAMN., un disco en el que supo, además de ser fundamental para un movimiento y para una serie de nichos culturales, convertirse en una figura relevante para la cultura popular. Para el corpus. Para los anales y para los libros.

DAMN!

Puntuación de los lectores

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