A los bándalos nos gustan mucho Toundra (a quienes entrevistamos hace dos años) y, quizás por eso, el de la banda madrileña ha sido el concierto que con más ganas hemos esperado en lo que va de año (y desde el ya pasado a mejor vida 101 Sun Festival). Acaban de publicar su cuarto larga duración, IV, y sobra decir que es una maravilla, como lo son sus tres predecesores.
A eso de las 22:30 aparece la formación en el escenario de la Sala París 15 de Málaga, ante un público que ya había calentado motores gracias a Deviante, sevillanos que en eso del post rock instrumental tampoco se quedan cortos.
Pocos se paran a pensar cuán difícil es hacer música capaz de transmitirte algo, y menos todavía saben apreciar el trabajo que supone hacerlo sin mediar palabra. Toundra, en esto último, son unos verdaderos maestros. Arrancan la noche con ‘Strelka’, corte que abre su último álbum, delicada e introspectiva, llevándonos a un mundo etéreo y alejado de la realidad. Así es como dan comienzo a un concierto que dura una hora y media y en el que los cuatro músicos lo dan todo, no se ahorran ni una mínima parte de energía, sonríen y se vuelcan en su música.
No tienen micrófonos, pero Esteban mira a la audiencia y grita con tal furia que casi parece audible un «¡VAMOS MÁLAGA!», al que todos respondemos con un boato estruendoso. Con potencia y oficio van lanzando un tema tras otro sin parar ni un momento y, en una suerte de repaso a su carrera, nos ofrecen joyas como ‘Marte’, ‘Magreb’ o ‘Medusa’. El público está entregado, rendido y extasiado; alterna momentos de furia con otros ensoñadores y se despelleja las manos cada vez que los madrileños terminan la perfecta ejecución de una canción.
Llegamos así a ‘Ara Caeli’, obra de arte con la que consiguen, en mi modesta opinión, alcanzar ese punto en el que la fuerza se convierte en delicadeza demoledora, que te revienta el corazón y todos los sentidos. Algo tan bello y pasional que llega a ser indescriptible. Me llevan directamente a todo lo que siempre he amado de la música y a recuerdos que tenía enterrados en lo más recóndito, y me encuentro llorando, trastornada por el descomunal torbellino de emociones que transmiten cuando tocan. Hay saña, rabia, locura, delicadeza, pesar, decisión y mil estados de ánimo más: la música de Toundra llega donde las palabras se quedan cortas, y sin pronunciar ni tan siquiera una. Tocan con la fuerza de un herrero y la delicadeza de un orfebre, disfrutan con lo que hacen y se nota en las sonrisas que visten todo el rato, como si de unos novatos cualquiera se tratase.
Consiguen por igual llenar de placentera angustia con ‘Belenos’, reventar oídos y almas con la locura in crescendo de ‘Kitsune’, y alumbrar la oscuridad de temas como ‘Bizancio’, con la maestría de sus finas pinceladas.
Con ‘Qarcom’ cierran un concierto dedicado, potente y preciosista, como todo lo que hace el cuarteto. Se despiden de una Málaga en éxtasis tras el clímax espasmódico al que la han llevado.
Dijo Oscar Wilde: «El arte de la música es el que más cercano se halla de las lágrimas y los recuerdos», y yo, yo con Toundra lloré.
Todas las fotos por el infalible Borja Espresati. Más en nuestro Facebook.