La maquinaria kraut de León Benavente

Estuvimos en la primera noche de su doble sold-out en el madrileño Ochoymedio


El sábado, León Benavente se hicieron de rogar. Abrían puertas a las 8, hacia las 9 nos colaron un telonero sorpresa y no salieron hasta las 10, inquietando bastante al personal. Podría haber tenido gracia si los teloneros, Lorena Álvarez y su Banda Municipal, hubieran salido de verdad a darlo todo y a preparar el terreno como se merece, pero venían sin ensayar, partiéndose el culo de nosotros y dejando en el aire una agridulce sensación de vacile generalizado (no estoy criticando, ojo, la reivindicación del folclore asturiano; no en vano esta gente se ha formado en parte a la sombra de Nacho Vegas).

Pero bueno, lo que tienen León Benavente es que en cuanto suena la base de ‘Tipo D’ empiezas a perdonarles un poquito. Desde el principio salen con toda la carne en el asador, y la intensidad no va a bajar en ningún momento, amparada siempre por el compensadísimo sonido del Ochoymedio, brillante y claro como en pocas salas de Madrid.

La magnífica ‘California’ se cuela bajo los pies, repta por el suelo hasta que decide romper en el estallido contemplativo de que es capaz la maquinaria ruidista de la banda de Abraham Boba, arrancando saltos, gritos y gotas de sudor. La histrionía de sus instrumentales contagia la enfermedad de «el baile de San Vito», especialmente gracias a los trayazos de 2, su segunda referencia y mejor disco nacional de 2016 para la redacción de Bandalismo.

Se permiten momentos más melódicos, como ‘La Ribera’ o ‘Estado Provisional’, y aún así les aportan rabia y decibelios de más, contribuyendo siempre al refuerzo de la espiral rítmica en la que te inmergen León Benavente.

Faltó ‘Las Ruinas’ pero en su lugar entraron ‘Rey Ricardo’ o ‘Todos Contra Todos’, tema este del EP homónimo que publicaron con los para nada descartables restos de su debut y que recurre a clichés melódicos de la música popular para ir encendiendo la agresividad de la recta final.

Habían sonado ya la maravillosa ‘La Vida Errando’ (una favorita personal), tan envolvente y progresiva, y ‘Revolución’, que arrancó los primeros pogos en una audiencia difícil, muy de postureo madrileño. Con ‘Ánimo, Valiente’ el mismo público reconocía estar ante «un puto himno» de la mediana edad.

Sería interesante analizar la diferencia entre los León Benavente con Boba a la segunda guitarra, más noise, más shoegazer, y más contemplativos; y los de Boba al farfisa y los sintetizadores, más incendiarios y kraut, pero lo cierto es que ambas facetas se complementan a la perfección para dar forma a un show explosivo, motóriko y arrollador en el que se puede rendir igual o más que en un gimnasio.

‘Gloria’, otro de los nuevos tiros (ya clásicos), marca el inicio del tramo decisivo y se resuelve con las violentísimas descargas de ‘Celebración’ y, sobre todo, ‘La Palabra’, una de esas canciones en las que el farfisa adopta flema apocalíptica y genera un opresivo incendio de agudeza y ruido.

Se despiden con la genial ‘Habitación 615’, la narración del periplo mexicano que va desenvolviéndose sutil y desnudándose sensual hasta el acaloramiento final, ya todos los recursos a la vista.

Vuelven con ‘Década’ como invocando a un nuevo principio, de golpe bajos de revoluciones pero apoyados en una enorme melodía coreada por todo el Ochoymedio y que preparaba el ambiente para la definitiva comunión, a grito de «se irá todo a la mierda».

‘Aún No Ha Salido El Sol’ avisa entre referencias a los Smiths, a la Velvet y a los Can (pero sobre todo invocando sobre el escenario al espíritu de James Murphy y su LCD Soundsystem) de que «esto aún no se ha terminado», ya que faltaba el verdadero himno. La canción por la que son hoy quien son León Benavente: ‘Ser Brigada’, el más ínclito y rebelde estallido de la banda, su gran aullido.

La historia de amor suicida de aquellos dos amantes que se conocieron en el parque del Retiro en 1992 y que decidieron pasar juntos las noches y ser más que pareja ser brigada llevaba el incendio al último nivel y a Boba a bajarse con el público para darlo todo en medio de un pogo. Así, de un plumazo, te vas sudando y con la cara roja y dolorida por el tortazo que te acaban de soltar León Benavente. Probablemente el mejor directo de su género. Al menos, el más agresivo.


 

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