Crónica Primavera Sound 2017. Sábado 3 de junio

Foto: Sergio Albert

El Olimpo del pop, la Orquesta del fuego

[Crónica Viernes]


Este año, lo reconozco, el cansancio ha hecho más mella en mi que en ediciones anteriores y no conseguí estar a tiempo para atrapar uno de los boletos de reserva del segundo bolo de los Magnetic Fields en el Auditori Rockdelux, un espectáculo que por lo que me cuentan fue a ratos introspectivo, a ratos festivo y electrónico y siempre teatral y preciosista. Eso y que otros compromisos más políticos me hicieron perder la oportunidad de ver a Thurston Moore en el Heineken Hidden Stage, sin embargo, no iban a estropear en absoluto una tarde que empezó con la grata sorpresa de Weyes Blood. Personalmente no conecto con Front Row Seat To Earth y su estilo folk de cantautora hippie sesentera tipo Joan Baez, pero en directo me atrapó en su nebulosa psicodélica sutil de sintes expansivos con su voz profunda y engolada. Precioso concierto que rompió todos mis esquemas y recelos y me reabrió los ojos ante un tema tan poderoso como ‘Used To Be’.

Foto: Garbiñe Irizar

Por poner la nota discordante y más world music que siempre me gusta poner a todo Primavera Sound (no olvidaré jamás el concierto de Caetano Veloso en 2014), por la tarde me asomé al Ray-Ban para llevarme otra grata sorpresa, otra más dentro de este Unexpected Primavera. Junun es el resultado de un ambicioso proyecto llevado a cabo por el cantautor israelí Shye Ben Tzur junto a una veintena de músicos indios que componen la banda de fusión The Rajasthan Express y el guitarrista de Radiohead Jonny Greenwood (no, no estaba él invitado al bolo), y en directo desplegó toda su identidad sostenida en el contraste entre tradición y progreso, entre organicidad y tecnología. Sonidos de raíz árabe, desde el qawalla hindú hasta el misticismo de la música sufí del norte de África, se retuercen con escalas andalusíes traídas a la guitarra eléctrica sobre sutiles sintetizadores fantasmagóricos para generar un efecto de transgresión espacio-temporal que necesita un mayor recogimiento para ser verdaderamente apreciado en directo pero que no pasó desapercibido para ninguno de los que lo veíamos casi hipnotizados. Un puntazo dentro de una programación tan extensa.

Foto: Nuria Rius

Me fui sin acabar para poder ver un rato más o menos representativo de Pond, que para cuando llegué ya estaban metidos entre el público. Su versión de la psicodelia australiana, tan bien representada en este Primavera Sound por los apabullantes King Gizard & The Lizard Wizard, parece encontrar en directo un punto medio entre el desfase rock de estos y la oniria pop electrónica de Tame Impala, banda con la que Pond siempre han tenido una vinculación especial (actualmente comparten batería y Kevin Parker es productor de Pond). Además, pude comprobar el desparpajo y carisma de Nick Allbrook, antiguo miembro de Tame Impala, y cómo se entrelaza su guitarra con la de Shiny Joe Ryan para crear una atmósfera expansiva y excéntrica que alcanza su máxima expresión en el clímax de ‘The Weather’.

Y después de ver un par de canciones de Van Morrison en el Heineken, otra de los interesantes brasileños Aeromoçase e Tenistas Russas en el Night Pro y un rato del concierto de los atronadores Jardín de la Croix en el Adidas Originals (los madrileños son estandartes del sello Aloud Music y del math rock estatal, superando siempre las barreras del género y tocando el thrash o el metal progresivo), me fui directo al Ray-Ban Stage para el concierto de Angel Olsen.

Quizá la poderosa cantautora de Missouri no sea la mejor opción de un festival a las ocho y media de la tarde, pero que no engañe la apariencia reposada, la sutileza de sus canciones o su tímida sonrisa pícara. Angel Olsen se subió al escenario del anfiteatro apoyada por una banda enorme y consistente para demostrar por qué My Woman la ha situado en la primera línea de voces femeninas de los últimos años… cero impostación en sus movimientos, una brillante interpretación que navegaba desde la rabia rockera hasta el morderse el labio inferior, hasta hacer falsete de ardillita juguetona, hasta el coqueteo y la firmeza. Su voz pesa y se retuerce, y flirtea con el ritmo y con la caricia a veces rasposa de las guitarras. Como si una banda de rock de bar se hubiese mudado para siempre a la carretera, Angel Olsen y su séquito saben expandirse fuera de sus propios límites con ‘Not Gonna Kill You’, saben volver a la tácita oscuridad de días pretéritos envolviendo en una renovada sensibilidad instrumental ‘Acrobat’ y saben tomarse su tiempo para ir desenvolviendo las progresiones a fuego lento de la descomunal ‘Sister’ («una canción sobre puestas de sol en una puesta de sol», dijo seductora) o de la psicodélica ‘Woman’, cierre narcótico con el toque Auerbach-Danger Mouse.

Foto: Nuria Rius

Metronomy fueron los encargados de abrir una larga estancia en la zona de los escenarios principales. Tenía muchas ganas de comprobar la actualización de la banda de Devon tras el último Summer 08, uno de nuestro mejores discos de 2016, especialmente para ver como regresaban a un sonido más rítmico y contundente tras el escarceo pop kitsch de Love Letters, y aunque no hubo decepción, sí le pedimos algo más de intensidad a un concierto que por momentos pecó de falta de aristas, puede ser que lastrado por los problemas de sonido que acompañaron al escenario Mango durante todo el fin de semana. En principio Joe Mount hizo este disco al margen del resto de integrantes buscando recuperar la esencia más electrónica de Nights Out y no entraba en sus planes girarlo, pero al final, decidido a hacerlo, lo que esperábamos de Metronomy era precisamente eso, un fiestón tecnotrónico. Sí disfrutamos de un espectáculo sobrio y medido llevado a cabo por unos músicos de precisión francotiradora: Mount, excelente guitarrista, además de cantar se intercambió en ‘Everything Goes My Way’ los papeles con Anna Prior, a la que dejó la voz cantante mientras él hacía los coros a la batería; Gbengan Adelekan puede ser fácilmente uno de los mejores y más carismáticos bajistas del mundo, como demuestra por ejemplo en ‘Corinne’ o ‘Night Owl’, que sonó deliciosa; ’16 Beat’ está conducida, además de por el magistral dominio que tiene la banda completa sobre los parámetros del ritmo, por la destreza a los sintetizadores de Oscar Cash, y Micahel Lovett, que les acompaña en la gira, redondea un sonido que a veces recuerda al synthrock de los ochenta, como en la acertadísima revisión de ‘Love Letters’. Fueron de menos a más, de la introspección al despiporre, pero sin llegar nunca a desatar por completo la orgía rítmica que nutre los sueños húmedos de Joe Mount. Y se despidieron con ‘Reservoir’. Pocas pegas se pueden poner, sin embargo, a la que es, desde la sombra, una de las bandas más definitivas de nuestra generación.

Si Metronomy miraron a los ochenta con ternura y nostalgia, Grace Jones, que les sucedía en el escenario contrario, lo hacía con desdén y recelo. La diosa de ébano apareció más bien como una personificación diabólica del lúbrico funk, envuelta solo en una capa negra rematada en cuernos y con el cuerpo desnudo decorado con bodypainting blanco, con una máscara de calavera dorada y recordando a un espectro de las noches del ritmo. Así, desde un pedestal, acometió ‘Nightclubbing’. Poco a poco fue revelando a través del vestuario nuevas personalidades, siempre envuelta del halo de la mística voodoo y de lo tribal, como en ‘Libertango’ o en ‘Shenanigans’, donde interactuaba con un gigante musculado también «vestido» con bodypainting que hacía acrobacias en una barra de striptease. Para el final, con ‘Pull Up To The Bumper’, se dio un baño entre las masas fieles y agradecidas (el foso del escenario principal, al que después se subirían triunfales Arcade Fire, estaba lleno durante el concierto de Grace Jones) a lomos de uno de los de seguridad, y finiquitó definitivamente un concierto redondo con ‘Slave To The Rhythym’, esclavizada durante sus 8 minutos por el ritmo de un hula-hoop. Quien tuviera dudas las vio despejadas con rotunda claridad.

Foto: Eric Pamies

Como dudas no caben con los que al final acabaron convirtiéndose en los indiscutibles cabezas de cartel y triunfadores en todos los aspectos externos del festival: Arcade Fire. Los de Montreal no solo escogieron el Primavera Sound para dar por comenzada oficialmente su gira europea, sino también para desatar todo el aluvión de anuncios relacionados con su quinto disco, Everything Now, con todo lo que esto conlleva para el festival, que estuvo en boca de todos los medios especializados del mundo, incluso más de lo que acostumbra (hasta en la página de la letra de ‘Everything Now’ en Genius hay mención al festival de Barcelona, que este año ha vivido además su edición más internacional, afianzando su posición como lugar de peregrinaje para todo trotamundos musical que se precie: a día de hoy, la semana de transición entre mayo y junio hay que estar en el Primavera Sound, igual que en Coachella en el ecuador de abril o en Austin City Limits para la primera semana de octubre).

Sin embargo, después del arrojo mostrado en el concierto secreto del jueves, Arcade Fire no estuvieron tan activos y desatados como cabría esperar en su concierto del sábado. No sé muy bien si fue el sonido del escenario Mango, muchas veces con volumen insuficiente, o el cansancio acumulado de la banda tras una intensa semana de ensayos, o un problema que tuvo Win Butler cuando bajó al foso en la tempranera ‘Hear Comes The Night Time’ con uno de los de seguridad que pudo dejarle desganado para el resto del show. O si el problema de las pantallas, que se quedaron bloqueadas en la parte baja y no terminaron en ningún momento de subir del todo, fue culpa del equipo del festival o daños colaterales de la nueva escenografía de la banda, como se comenta. Pero el caso es que fueron unos Arcade Fire fríos y distantes, con poco espacio para la improvisación y con pocas ganas de enfrentarse a un público que se limitó a observar el espectáculo que suponen ellos mismos cambiándose todos los instrumentos (cada vez hay más… partiendo de la base de que han mantenido los incorporados en Reflektor, incluidas las congas reflectantes y el pad de efectos vocales de Butler, además han recuperado el megáfono y el contrabajo de la era Neon Bible y han añadido el keytar de Règine y el xilófono de Sarah Neufeld para la conversión disco que parece supondrá Everything Now) y el nuevo aparato visual que llevan, probablemente el más ambicioso de su carrera. Pese a que en Reflektor el escenario quedaba más lleno por las estructuras móviles de espejos, ahora emplean de fondo una celda transparente atravesada por haces láser que al llenarse de humo da sensación tridimensional a las imágenes que en ella se proyectan y que también sirve para albergar a Règine y darle aspecto fantasmal. Sobre ella se levanta una pantalla de LED en la que se dibujan siempre motivos espaciales, y es que la nueva estética de la banda parece sacada de la Red Ribbon de Dragon Ball o del Team Rocket de Pokémon, una corporación interespacial con intereses económicos, sociales, políticos, etc. y vestida de uniforme, con monos de cuero estampados con el logo ‘EN’…

Foto: Sergio Albert

Esto que puede parecer una nueva vocación política puede venir a explicar la insistencia de la banda en recuperar joyas de la era Neon Bible, desde la propia ‘Intervention’, que vino con mención a Trump incluida, o ‘Neon Bible’, una pequeña maravilla introspectiva sin apenas barroquismo que hacía nueve años que no tocaban en directo y que sirve con su intensa y poderosa letra como manifiesto renovado para la edad de oscuridad que se aproxima. Terminaron, después de la revolución sónica que perpetran empalmando ‘Power Out’ y ‘Rebellion’, con ‘Windowsill’, esa que dice «I don’t want to live in America no more», y aunque me dejara sensación de coitus interruptus (podría haber sido ‘My Body Is A Cage’, ya que nos ponemos dramáticos), también habla de la vuelta de tuerca que le han dado a su setlist, recuperando ‘Wake Up’ como apertura como en los días de Funeral o temas olvidados de su discografía como la catártica ‘In The Backseat’, que por su parte viene a ejemplificar el mayor protagonismo de Règine a la voz en esta nueva gira, dando sensación casi de alteridad con Butler en cierto momento del concierto: cayeron también ‘Haiti’‘Sprawl II’ o ‘Reflektor’.

Foto: Sergio Albert

Entre una interpretación por desgracia blandita de ‘Afterlife’ y su funk espectral ‘We Exist’ colaron un breve snippet de ‘I Give You Power’, y volvieron a tocar ‘Creature Confort’, donde lucen gloriosos todos los nuevos sintetizadores de Will Butler, que dan un aire renovado a todas las canciones anteriores (vendría a representarlo perfectamente los rugidos de ‘No Cars Go’). En ella y en ‘Everything Now’, sus dos nuevas bazas, se ve claro el viraje al disco, a una suerte de fusión de su primera épica con la electrónica de su última era, y sobre todo se aprecia que mantienen intacto su don de construir coros eternos. ‘Everything Now’, con su espíritu viajero y su cruce entre Bowie, ABBA y ‘Can’t Take My Eyes Off You’, es ya un rompepistas clásico de Arcade Fire, un momentazo de sus directos y otro capítulo victorioso más de la banda con mayor repercusión del siglo XXI. No fue su mejor noche, pero ¿qué más da? Lo que nos dieron fue toda la emoción de una semana, una experiencia extramusical que nos tuvo a todos expectantes, conectados, activos, ilusionados. Un regreso de apoteosis que pudimos vivir en nuestras propias carnes los 200.000 asistentes a este Unexpected Primavera Sound. Una canción que nos acompañó en la vuelta a casa y que nunca podremos escuchar sin vincularla al atardecer de Barcelona, a una noche de sábado épica en el Parc del Fòrum. Un regalo de los que ya no se hacen, de los que tienen valor incalculable. De los que quedan en la memoria colectiva.

Difícil disfrutar bien de Skepta tras asimilar mínimamente el hecho de haber formado durante ese fin de semana parte de la historia de la música y de una banda tan grande como Arcade Fire, más cuando ya sabíamos la sorpresa que el Primavera Sound nos había reservado para el final, probablemente la más consistente de todas: las hermanas Haim. Sonó espectacular ‘Konnichiwa’ para abrir un recital de grime que alcanzó cumbre en la oscuridad trapera y sintética de ‘Crime Riddim’, pero me fui después de ‘Skepta Interlude’, la colaboración del rapero británico en el último disco-playlist de Drake, More Life. Lástima perderse ‘Shutdown’ o una canción nueva con la que cerró el concierto, ‘Hypocresy’.

Tenía que asegurarme un buen sitio para asistir al que, al final, fue el probablemente el concierto que más ilusión me hizo del Primavera Sound. Mi idilio con Haim fue algo espontáneo y natural, a primera vista y a primera oída, cuando en 2013 publicaron Days Are Gone. Me sonaban a las Fleetwood Mac del siglo XXI, jugando a empastar sus voces y a mezclar en un cóctel exquisito el pop con el rock pero producidas por Dev Hynes, como ocupando un espacio que venía a cerrar un ciclo y suponiendo por fin un paso adelante dentro de su género aun manteniéndose continuistas. Su actuación en el Primavera Sound de 2014 terminó de conquistarme, así que su nuevo disco empezaba el año como uno de mis más esperados personales. Ya publicados dos sencillos, a cada cual más maravilloso, seguía devanándome la cabeza pensando en cómo a ningún promotor nacional se le había ocurrido (teniendo en cuenta que casi todos los carteles están completos) traer a Haim a presentarlo. ¿Que por qué cuento todo esto? Pues porque en la charla con Gabi Ruiz y otros miembros de la organización del Primavera a través de Facebook Live hice la pregunta «¿falta algo gordo por anunciar?» teniendo en mente principalmente a las hermanas de Los Angeles, y Gabi me respondió que no, que por qué iban a guardarse algo gordo, que no tenía sentido. Y sí, se lo guardaban. El mismo sábado, Primavera Sound lanzaba el mensaje «We have something to tell you» y saltaban todas las alarmas (el sofomoro de Haim se llamará Something To Tell You); todo se confirmaba sin confirmarse cuando las propias Haim, en su Instagram, colgaban una foto frente a la Sagrada Familia. Nos citaban a las 3 de la madrugada en el Ray-Ban Stage, y ahí estábamos más que puntuales para recibir otra de las sorpresas más flipantes de este Primavera.

Haim saltaron al escenario como fieras con dos temas nuevos, la ya publicada ‘Want You Back’ que trae todos los efluvios de los Fleetwood Mac más Christine McVie y una nueva ‘Little Of Your Love’, que mira a la misma banda pero desde el lado de Lindsay Buckingham. Entre chascarrillos, bailecitos, incitaciones al público, arengas y hasta parones para hacer foto de familia, las hermanas más prometedoras del pop (¿promesa? ¿Haim? Ya no…) desgranaron las mejores canciones de su debut, desde la excéntrica ‘My Song 5’ a la inconmensurable ‘Falling’, hit indiscutible, y pasando por las irresistibles ‘The Wire’, ‘Don’t Save Me’ o ‘Forever’. Cerraron con la que ya es su nuevo clásico, ‘Right Now’, con una potentísima interpretación de una Danielle cada vez más segura al frente de Haim y serie a postulante a frontwoman del año. Las tres hermanas se reúnen como brujas en torno a un kit de percusiones y desatan un final rítmicamente épico que las confirma como el evidente cabeza de cartel fantasma de este Primavera Sound inesperado, el que sí nos hizo olvidar a Frank Ocean y el que cerró una noche de leyenda que elevó considerablemente la media de una edición que por momentos pudo quedarse a las puertas de estar a la altura. Pero no, esto es el Primavera Sound y nunca pueden permitirse las dudas. Al final, siempre ganan.

Poco más pudieron hacer !!! en el mismo escenario para preparar el fin de fiesta con DJ Coco. En su nuevo espectáculo son el post disco, el funk más salvaje y la electrónica secante las verdaderas protagonistas, y Nic Offer comparte protagonismo vocal con una cantante para dar vida en directo al alter ego femenino que ha construido en Shake The Sudder, su último trabajo al frente de chk chk chk. Pero aunque montan una fiesta encomiable, echamos de menos algunos de sus éxitos más cantables, como ‘Must Be The Moon’.

Foto: Garbiñe Irizar

Confeti, invasión del escenario por parte de la organización y todas las celebraciones que rodean la fiesta de despedida del Primavera Sound, la edición de 2017 cierra con un nuevo récord de asistencia y con su mayor volumen de público internacional. Las fechas de la edición de 2018 ya están fijadas, del 31 de mayo al 2 de junio (más toda la programación que se irá adhiriendo), en principio se mantendrá la propuesta #UnexpectedPrimavera (a mí me ha parecido un triunfo absoluto) y está previsto reformar y ampliar en la medida de los posible el macroespacio reservado a los escenarios principales. De lo que estamos seguros es de que el Primavera Sound volverá a sorprendernos y, sobre todo, volverá a enamorarnos. Como hace siempre.

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