Mejores Discos 2017 – Internacional

mejores discos 2017

Te presentamos los que para la redacción de Bandalismo han sido los mejores trabajos discográficos editados en 2017


Después del movimiento, de la pequeña sacudida, llega un nuevo estado. Uno en el que en cierta manera acabamos de entrar en este 2017. 2016 fue el año del movimiento, y este que ya empezamos a dejar atrás el primero de un nuevo orden de cosas. En 2017 se ha vivido el ocaso del indie tal y como lo conocemos, y es que grandes bandas que han ayudado a configurarlo han regresado ahora bajo la sombra de una major. Arcade Fire, LCD Soundsystem, The War on Drugs o Grizzlie Bear, para adaptarse a las reglas del streaming, han tenido que acudir a un sello de cualquiera de los tres grandes (Sony, Warner,  Universal), y tan solo quedan auténticos unos pocos valientes… St. Vincent o The National han retenido su autenticidad, sí, pero son rémoras de algo que sin duda se seguirá potenciando en los próximos años.

2017 ha visto la decadencia del rock británico, con grandes bandas lanzando grandes fracasos (aunque no todos a nivel comercial) y sobre todo ancladas en un pasado que parecen no saber revisar con frescura. 2017 ha visto a los hermanos Gallagher sacar discos por sus cuentas y los dos más innecesarios de lo que algunos medios se atreven a aceptar. Ha visto a nuestros Vetusta Morla ponerse a las riendas de un nuevo corcel y reiniciarse en un nuevo nivel. Ha visto fallar a Arcade Fire, resurgir a LCD Soundsystem, confirmarse a Sampha.

Pero sobre todo ha sentido en sus propias carnes cómo todos los movimientos de electrónica que empezaban a rezumar por los poros de todos los géneros han terminado formando sobre ellos una nueva piel, reformulando absolutamente el discurso general, que ya no se entiende sin la programación, sin la máxima digitalización, sin un complejo y elaborado procesamiento.

Y 2017 ha sido el año de máxima popularización del r&b en los últimos años, el que ha terminado de asentar en las grandes listas lo que llevaba asomando desde principios de la década. El año del revival, sí, pero también el de los nuevos comienzos. Porque entre tanta reformulación y con la máxima ya asumida de que está todo inventado, también hay que reconocer que es justo y necesario darle nueva vida a cosas viejas que todas las generaciones, cada vez más lógicamente mitómanas, tienen derecho a asimilar, a hacer propias.

Caminamos, o eso esperamos, hacia una cierta igualdad en un mundo tan desigual como es la música en cuestiones de sexo y género, y al menos lo vemos nosotros en nuestra lista, que pone a las mujeres en un gran lugar. No lo hemos forzado, así que queremos suponer y esperar que signifique que puede que las cosas estén cambiando. Estos son, para la redacción de Bandalismo, los 50 mejores discos de 2017, los 50 mejores discos de este año que amanece como un nuevo comienzo. El año de un nuevo verano del amor.

Playlist completa en Spotify, aquí.


50.

Drunk
Thundercat

Stephen Bruner lleva empeñado en darle la vuelta al jazz desde que debutara en solitario de la mano de Flying Lotus. Después de colaboraciones con él mismo, con Erykah Badu, con Childish Gambino, con Earl Sweatshirt, con Wiz Khalifa, con Ty Dolla $ign o con Kamashi Washington y de ser el epicentro creativo del To Pimp A Butterfly de Kendrick Lamar, entrega en Drunk su colección más afilada, compleja y completa de cortes, obsesionado con cruzar el hip hop con el funk, el soul con el gospel o el disco con el jazz y siempre dueño de un pulso desbordado de energía.


49.

Prisoner
Ryan Adams

Una pena que el mejor disco de los últimos años de Ryan Adams siga siendo su particular versión del 1989 de Taylor Swift. Prisoner sigue la línea de aquel, centradísima en el AOR y en el soft rock de Bruce Springsteen y The War On Drugs, pero lo enfoca todo desde el punto de vista del Bono más cargante. Al final, lo que deja claro es que el de Jacksonville tiene un don indiscutible como músico, que es capaz de fabricar backing tracks brutales, pero que a la hora de hacer melodías últimamente le funciona mejor ponerse en boca de una diva del pop millennial. Con todo, el disco tiene ganchos indiscutibles como ‘Do You Still Love Me’, ‘Doomsday’ o ‘Broken Anyway’.


48.

mejores discos 2017

Dua Lipa
Dua Lipa

Seguramente la mejor noticia para el nuevo pop electrónico, y además también la más pura y sólida de la última hornada (Tove Lo o Banks incluidas), Dua Lipa ha conseguido hacer valer su voz grave y pesada, bien definida y corpórea sobre instrumentales variopintas y eclécticas que surcan todo el espectro de new r&b, uk garage y ritmos urbanos que está disponible en las calles y garitos de Londres en la actualidad. Un disco completo, bien hecho, con grandes canciones… no una maravilla ni una obra imperecedera, desde luego, pero si uno que la sitúe con fuerza en el mapa, uno deliciosamente producido y con una manera limpísima de entender el pop comercial. Si alguien ha de reinar en ese espacio ahora mismo, más que Taylor Swift o Miley Cyrus, o tantísimas otras, tiene que ser Dua Lipa.


47.

mejores discos 2017

Painted Ruins
Grizzlie Bear

Después de Shields Grizzly Bear, de alguna manera, se fracturaron. Eran una promesa en tensión, de esas que no se resuelven nunca, hasta que publicaron aquel pedazo de disco comunitario y enorme, absolutamente cohesionado, en 2012. Podrían haberse subido en el carro y optar a las grandes audiencias, pero los de Brooklyn no son chicos ambiciosos y siempre han demostrado preferir hacer las cosas a su ritmo y a su manera, así que hicieron una pausa y Daniel Rossen empezó proyectos por su cuenta, y con el tiempo Edward Droste terminó mudándose a Los Angeles. Fue él el que tiró un poco por si mismo del hilo de Grizzly Bear, fue haciendo música y sentando las bases de lo que luego iba a ser el quinto disco de la banda, Painted Ruins. Una referencia no muy velada a la fragmentación a la que se han enfrentado en él. Droste desarrolló las primeras ideas de una forma más íntima, y es evidente la influencia sonora que ha tenido en él la psicodelia californiana, de la que han heredado ahora Grizzly Bear la pesadez y lo grasoso de los teclados, más presentes que nunca y también más profundos, más ácidos, contribuyendo a un sonido ahora más comprimido. Las ideas del resto de la banda se fueron sumando, y muchas de ellas tomaron cuerpo a distancia, lo que genera un resultado más difuso, sí, pero elaborado hasta el más mínimo detalle. Painted Ruins es, al final, un excelente regreso y un excelente trabajo que pone a Grizzly Bear en un nivel quizá más selecto, como una suerte de banda de culto, de esas que se mantienen fieles a su forma de ver la música y siguen, trabajo a trabajo, haciendo bien lo que les da la gana, sin esperar llenar estadios ni ser archiconocidos. Lejos quedaron los tiempos en los que poblaban las playlists de series indies, lejos quedó el test sobre los Grizzly Bear. Lo superaron hace tiempo, antes incluso de que se planteara.


46.

Zona Temporalmente Autónoma
Los Planetas

Los de Jota regresan tras varios años de inactividad discográfica con enjundia y bandazos varios con un disco que no es enorme pero sí especial e inspirado, que les muestra más cercanos al flamenco, confirmando definitivamente ese giro que empezó en La Leyenda del Espacio, que asimila lo aprendido en Los Evangelistas y en Grupo de Expertos Solynieve, que les presenta abandonados a trances psicodélicos y narcolépticos, ensimismados en la contemplación de Granada como “zona temporalmente autónoma” y en el que no olvidan como facturar bellas canciones pop, como puede ser ‘Espíritu Olímpico’. También coquetean con la crítica política y regresan a los arreglos de cuerdas de Una Semana en el Motor de un Autobús. Y están listos para pelearse con quien haga falta. Su gran (gigante) baza: ‘Islamabad’.

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45.

Gangs, Signs & Prayers
Stormzy

Stormzy ha conseguido romper las barreras del género y posicionarse globalmente con un álbum que satisface con comodidad las expectativas generadas por todos los EP y sencillos anteriores. El rapero de Londres ya conquistó al mundo del grime acaparando premios desde 2014 y en 2015 saltó a la fama gracias al viral freestyle de ‘Shut Up’ y a su nominación para el BBC Sound, pero ha sido con su debut, Gangs, Signs & Prayers, con el que ha dado el salto definitivo, con una mezcla de estilos que van del trap al r&b y sobre todo con un flow personalísimo, nasal, agresivo y cambiante.


44.

Lust For Life
Lana del Rey

Parecía imposible y, aunque no se termine de hacer del todo realidad, al final sí vemos a Elizabeth Woolridge acercarse a sí misma y alejarse del personaje de Lana del Rey. En Lust For Life, pese a que siga dando vueltas a su lírica oscura, depravada y vintage y haciendo referencia a un idealizado glorioso pasado americano sacado de El Gran Gatsby, canta también sobre intimidades, refuerza su intensidad cinemática y regresa en cierta manera y de forma positivista a la ampulosa densidad de Born To Die. Con una sonrisa y de la mano de estrellas como The Weeknd, A$AP Rocky o Stevie Nicks, Lana del Rey vuelve también al swag hiphopero y a coquetear con el trip hop, y a dejar sus primeros temas de trap. Una excelente forma de cerrar el primer corchete de su carrera.

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43.

Ctrl
SZA

Después de aparecer en una de las mejores canciones de Anti, el pasado discazo de Rihanna, SZA ha dado un paso adelante en cuanto a consistencia siguiendo los pasos de Solange, entregándose a los pulsos dramáticos del nuevo r&b, haciendo más hincapié en los ritmos de hip hop y dejando como gesto decorativo su pasado más saltarín. Cosas de pertenencias de sello, la artista de TDE (que estuvo a punto de abandonar tras un polémico retraso de la salida de este estupendo Ctrl) además vuelve a contar con una participación de Kendrick Lamar.


42.

mejores discos 2017

Flying Microtonal Banana / Murder of the Universe / Sketches of Brunswick East / Polygondwanaland
King Gizzard & The Lizard Wizard

Suena a coña. Todo. No he revisado bien, pero a bote pronto diría que esta es la primera vez en la historia de la música que una banda lanza en un mismo año cuatro largos (uno de ellos, Murder of the Universe, triple) a tanto nivel. Manteniendo una línea argumental entre todas las canciones que pueblan los discos, terminando de asentar lo que empezaron el año pasado para convertirse en una de las mejores bandas de desfase rockero psicodélico del circuito, si no la mejor. King Gizzard & The Lizard Wizard han hecho este año experimentos microtonales, han construido pasajes siempre eternos y psicodélicos, se han trasladado a un ambiente más soleado, han tenido tiempo para tirarse a la bartola a contar historias intrincadas sobre lo cotidiano y han sabido regresar para darle a todo una coherencia excepcional en el excelentísimo Polygongwandaland en el que, además de sumergirse en paisajes más bucólicos y hippies retomando las flautas, se permiten lujos electrónicos. Espídicos e incansables, pues es esa precisamente su principal cualidad, la insistencia maratoniana de su kraut, que viaja engorilado a lomos de una fiera salvaje y siempre difícil de dominar, construyen además visiones ácidas y lisérgicas y narran historias frikísimas de épica desdibujada. Casi un universo paralelo, la Tierra Media del rey Gizzard y su mago lagartija. Su propio videojuego.


41.

mejores discos 2017

Mura Masa
Mura Masa

Alex Crossan es británico, y en Inglaterra es fácil situar su música, un brillante y efervescente compendio de todos los ritmos urbanos que de allí manan y que allí se han asimilado tanto como en otros lugares de un planeta cuya música se interconecta de una manera cada vez más global. House, uk garage, r&b se mezclan gráciles con coletazos de electro y con pasajes de hip hop, pero también desfilan por el imaginario electrónico de Mura Masa el trap y su participación en la nueva hornada de grime, los ritmos tropicales, el gusto por el falso analógico y la estética del vaporwave, unos 90 deconstruidos. ¿Cuál es el secreto de la conexión, de la excelente ligadura con la que enlaza el joven productor tantos hits adelantados (inolvidable el ‘1 Night’ con Charlie XCX) con una atmósfera tan introspectiva y un discurso en cierta manera reflexivo? Quizá lo explique su innegable french touch, y es que Mura Masa no es un británico al uso. Nacido en Guernsey, una pequeña isla del Canal de La Mancha cercana a la costa de Normandía, seguramente se haya divertido en algunas fiestas del norte de Francia, y quizá eso esté plasmado en un espíritu clubber tan abierto de miras pero tan preciso a la vez en tomarle el pulso a gran parte de la escena europea.


40.

Hot Thoughts
Spoon

El eclecticismo con apariencia de locura pero estrictamente medido y controlado puede ser el punto más fuerte de la personalidad musical de Spoon, una banda mítica que retoma en Hot Thoughts el rumbo de sus mejores trabajos (si es que alguna vez lo abandonó, pues vienen del excelente They Want My Soul) y que demuestra que además podrá presumir siempre de regularidad. Capaces de llevar el indie rock a casi cualquier terreno, ahora llevan por dentro una vocación de himnos y estadios que nunca se desborda y juegan más con el dance rock, sumándose de forma personalísima a una especie de revival, y no olvidar que ellos fueron pioneros del género cuando también lo eran Franz Ferdinand y que entre ambos momentos Spoon sí supieron reinventarse y no esperar que el mundo les devolviera la ola. Sirviéndose audaces de la electrónica, firmando siempre grandes melodías y, sobre todo, demostrando en cada acorde un saber hacer brutal, Spoon conquistan con cada trabajo nuevas cimas y, sin hacer ruido, reclaman con insistencia su lugar entre los más grandes del rock contemporáneo.


39.

Out In The Storm
Waxahatchee

En el año de la decadencia del indie rock, con docenas de bandas que han dejado de sorprendernos o de estimularnos pese a en muchos casos notables trabajos, Katie Cruthfield pica un poco de todo para amplificar su propuesta. Pero no a base de restarle intimidad, reflexividad o introspección, pues ahora ha de exorcizar los demonios de mala leche de la ruptura con su pareja, sino de atormentarla de guitarras sucias sacadas de los noventa. «Vais a escuchar mis quejas», proclama en la apertura. Y va a gritarlas alto, con su melodiosidad vocal de folk pop conducida al aullido por la explosión. Estimulante, abrasivo y potente pero también delicado y melancólico, Out In The Storm es sobre todo honesto y coreable, en una especie de cruce entre The Breeders y Kurt Ville que no pierde nunca de vista a los mejores Cranberries.


38.

mejores discos 2017

Ken
Destroyer

La carrera de Destroyer va viento en popa, y está empezando en parte a eclipsar a la del grupo que le vio crecer, unos The New Pornographers que han sacado disco este año y se han embarcado en una gira en la que esta vez Dan Bejar ha preferido no participar para hacer lo propio con su propio nuevo disco, Ken. Lejos quedan los tiempos en los que manejaba su trabajo en sendos proyectos, y con el paso dado en Ken, que profundiza en su propia personalidad e inquietudes y referencias musicales, parece que así se mantendrá. Más alejado del soft rock ahora que en la dinámica ascendente en la que entró desde Kaputt pero siempre con la vista fija en interpretar algún tipo de new wave, esta vez integrando Berlín y el kraut y con el Leonard Cohen de I’m Your Man siempre presente, Destroyer vuelve a firmar un disco que sirve para confirmarle como uno de los autores más sólidos de su generación. Un currante infatigable.


37.

Truth is a Beautiful Thing
London Grammar

Si algo funciona bien, ¿para qué cambiarlo? London Grammar saben lo que es el uk garage, han crecido en la efervescencia de la escena (alcanzaron su primer pico de repercusión gracias a su aparición en uno de los highlights del Settle de Disclosure) y siempre han tenido un sutil fondo electrónico que recuerda a Portishead, como sus guitarras oníricas lo hacen a las de The xx. Y hasta aquí, pues todo ello es solo un telón de fondo para levantar una propuesta que le debe todo al engole grave de la voz de Hannah Reid, a su inteligencia melódica que sigue la línea más mística de Stevie Nicks, Adele, Florence Welch o Enya. En Truth is a Beautiful Thing, su sofomoro, asientan sus bases reforzando su paisajismo, sin perder nunca la compostura, creciendo en una desbordante épica introspectiva y haciendo valer su vertiente acústica por encima de una electrónica que nunca desaparece. Bravísimo.


36.

mejores discos 2017

Rest
Charlotte Gainsbourg

Siete años ha tardado Charlotte Gainsbourg en volver a poner música a sus palabras, y es obvio que la francesa habla estrictamente por necesidad. Como una reacción a la muerte de su hermanastra, Rest funciona para Charlotte como un álbum de fotos en blanco y negro o como un atracón de nostalgia. Ese momento en que vas a la casa vacía, yerma del que se ha ido, rebuscas en los cajones, destapas las cajas. Repasas cartas, libros, discos, dibujos. Parches, sudaderas, olores. Fotos viejas, amarillentas y consumidas por la caricia del polvo. Es esta especie de vuelta a casa emocional la que retrata la también actriz londinense en Rest, que por eso es su primer disco cantado casi íntegramente en francés. Un disco en el que habla de su familia, del miedo a la muerte, del abandono, de la pérdida, de la familia, en el que habla sobre su hermana y sobre su padre, el mítico Serge Gainsbourg. Esto ya vale para hacer al disco destacable, más teniendo en cuenta las virtudes sedosas de la voz de Charlotte y sus cualidades melódicas, pero lo mejor llega con la propia ambientación, que ha preferido trasladarse a las épocas reflejadas en un viaje mental que aterriza en la new wave, en el synth y en el krautpop, entrañando toda una estética compleja y perfectamente diseñada para la que ha sido fundamental SebastiAn, colaborador habitual de Kavinsky, baluarte del retrowave, y en la que han participado Guy-Manuel de Homem-Christo, mitad de Daft Punk, Paul McCartney, Owen Pallett, Connan Mockasin y Danger Mouse. Casi una novela, no es difícil sacar tampoco una película de un álbum tan envolvente, como no lo es relacionarlo todo con la capacidad de Gainsbourg para la narrativa y el cine.


35.

mejores discos 2017

Antisocialites
Alvvays

La mejor noticia que trae el segundo disco de Alvvays es que la propuesta se ha refinado ligeramente, pero que no ha cambiado absolutamente nada. Para qué cuando la fórmula de noise pop colorista y astillado, alegremente melancólico y sólido como el acero que les valió debutar entre aclamaciones con su debut homónimo y ese pequeño gran éxito que fue el sencillo ‘Archy, Marry Me’ funciona tan bien en este quinteto de Toronto comandado por la voz de Molly Rankin. Canciones como ‘In Undertow’, ‘Plimsol Punks’ o ‘Lollipop’, y en general su forma melosa de entender la melodía, bien les valen para superar la reválida, pero sin duda Alvvays tienen mucho más que ofrecer.


34.

Cigarettes After Sex
Cigarettes After Sex

El debut de Cigarettes After Sex constituye un trabajo de pop ligero lleno de matices oscuros que se retuerce con sombría sutileza en la melancolía de las experiencias amorosas pasadas. A flor de piel, la música de los de Brooklyn retrotae a esos momentos de paz poscoital y los envuelve de una intimidad desnuda y cinematográfica, de exhalación hipotensa del humo del tabaco, logrando un precioso hilo narrativo desde la anonadada contemplación de un destello de vida. Cigarettes After Sex son capaces de invocar un brillante eco de melancolía en plena plenitud romántica. O lo que es lo mismo, son incapaces de acostarse contigo durante dos o diez horas y dejar que te marches; quieren disfrutarte siempre y, aun disfrutando de tenerte, lloran por el momento en que te habrás ido.

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33.

Pure Comedy
Father John Misty

Joshua Tillman ha firmado un tercer álbum que le ha situado sorprendentemente en un cómodo espacio entre la aclamación popular y el reconocimiento de la crítica. Personalmente veo algo de perorata en Pure Comedy, una cierta impostación croonera que solo busca conseguir efectismo y drama, pero es indiscutiblemente un álbum sólido y cohesionado, con momentos magníficos como  y con un regusto vocal al primer Elton John que a veces es irresistible, y que además maneja la ironía como excepcional arma de doble filo. Father John Misty se convierte por derecho propio en el cronista de los tiempos de Trump.


32.

Nothing Feels Natural
Priests

El cuarteto de Washington trae un sonido oscuro y marcial que retrotrae a los primeros coletazos del punk inglés, a grupos como Joy Division y Siouxsie & The Banshees, y que se distancia de Savages por irse menos a lo arty y sí más a lo concreto, a lo sucio, a lo decadente de los pubs, antros y garitos donde parecen encontrar Priests su hábitat natural. El sello que les edita habla por sí solo: Dischord Records, los responsables de discos de Fugazi o Minor Threat, y de otros puntales del hardcore. Desde luego, Nothing Feels Natural es uno de los discos más estimulantes de lo que llevamos de año, y destaca sobre todo por encontrar dentro de tanta reivindicación y tanto ruido una vívida llama pop.


31.

Capacity
Big Thief

Apenas siete meses han tardado Big Thief en editar su segundo trabajo tras arañar el panorama del folk rock con la lírica oscura y la serenidad narrativa de Masterpiece. Y es que Adrianne Lenker tiene bastante que decir. Como los grandes narradores, parece estar dando pinceladas para la construcción de un universo particular, inmersivo, cinematográfico y doliente, un mundo en el que los personajes, unidos por ese lazo steinbeckiano tan importante en la literatura y en la vida que es la sangre, la propia familia van contando sus diatribas, sus tragedias, sus desgracias y sus fortunas para dar forma y sentido a algo superior: la consistencia de la propia vida, de la contemplación de lo bello que encierra y de lo implacable de la fatalidad, dejada en las irresponsables manos de unos seres nimios e irrelevantes. Desde lo más cercano, este cuarteto de Brooklyn es capaz de perderte en lo universal, redundando ahora en un a veces excesivo tremendismo.


30.

Something To Tell You
Haim

Haim parecen haber asimilado a la perfección toda la tradición pop de Los Angeles, igual que su soft rock soleado, y así se comportan como líderes de toda una oleada de nuevo pop que tiene otros highlights más comprometidos con su tiempo o con su contexto, pero que encuentra la perfección melódica en pocos como en estas tres hermanas que han hecho de la complicidad vocal y de la herencia de Fleetwood Mac sus armas más afiladas.

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29.

Black Origami
Jlin

El footwork encuentra en el sofomoro de Jlin una nueva dimensión, lejos de la pista de baile en su imagen más convencional y adentrándose en una jungla electrónica simulada a la perfección por una maquinaria naturoide engrasada en las mieles del beat en su estado más puro. Que no engañe su tribalismo, pues es únicamente esclavo del ritmo: la selva de Black Origami es monócroma como el acero, un campo de pruebas arraigadas en las entrañas del concepto místico, griego de lo físico que construyen un complejo y certero reflejo de la llamada de la naturaleza. Hay tucanes, hay tambores, hay coros tribales, hay insectos, maracas y serpientes, hay elefantes y tigres, hay rugidos y crepitares de fuego en las hogueras, hay un día bailable y una noche de technazo… pero todo es artificial, robótico, un zoológico de realidad virtual.


28.

Ash
Ibeyi

La canción que abre Ash, un canto de aire místico, repite como un mantra una idea que demuestra que Ibeyi no han renunciado en ningún momento a su vertiente espiritual, ‘I Carried This For Years’, aunque en ella también este sintetizado el giro urbano del disco, con esas percusiones secantes de máquinas 808 y ritmos de trap. Con una mezcla bastante lograda, estas hermanas francocubanas han logrado la perfecta definición de su sonido y lo han revestido de una coraza de pop electrónico y oscurito que aprovecha con audacia la boga de estilos más tribales, más étnicos, caribeños y tropicales en la electrónica. Han contado con el saxo de Kamashi Washington en ‘Deathless’, una canción anacrónica en la que pasado se junta con futuro, y con el fraseo de nuestra Mala Rodríguez para redondear la sensualidad a flor de piel de ‘Me Voy’ (su primer tema cantado íntegramente en castellano), pero también han sabido apropiarse de los pulsos brillantes de The Knife o de texturas más accesibles y suavizadas de la nueva ola de urban pop electrónico. Y dejan su propio alegato neofeminista, exortando a la mujer al empoderamiento en la reivindicativa ‘No Man Is Big Enough’.


27.

Crack-Up
Fleet Foxes

Tras hacer la desbandada y apartar la música para centrarse en la universidad, Robin Pecknold regresa al frente de aquella breve pero intensa llama de folk que desbordó sus propios límites y trajo consigo toda un movimiento comercial al que luego dejó afortunada y conscientemente huérfano: Fleet Foxes. Crack-Up es mucho más obtuso que cualquier referencia anterior y parece un nuevo comienzo, aunque se asiente sobre las mismas bases de barroquismo folk y sutil psicodelia soleada, y despliega canciones más variables, con complejas estructuras y puentes intrincados y letras a medio camino entre lo intelectual y lo íntimo.


26.

Flower Boy
Tyler The Creator

Podemos creernos lo de que Tyler, The Creator es un chico sensible. También que es un psicópata, y ambas vendrían a estar apoyadas por bastantes argumentos. El rapero, que sabe muy bien quién es Prince como vuelve a demostrar en su cuarto disco igual que viene haciendo desde sus principios con Odd Future, juega a la ambigüedad sexual y titula su última referencia Flower Boy, pero además analiza los fantasmas del armario o la auto represión de la bisexualidad en ‘Garden Sheed’. Poca broma, ya no sabes qué creer cuando escuchas a Tyler, The Creator, y realmente da lo mismo. Su discurso viaja del g funk al r&b con la gracilidad de una avispilla culona, vacila y se contonea, pero también aterra cuando descarga la ira venenosa de ‘Who That Boy’. Complejo, directo y lleno de texturas como las que atraviesa ‘911/Mr. Lonely’, Flower Boy explota la hiperestesia de T para teñirlo todo de un color cálido inusitado que resulta ser el fondo perfecto para exorcizar los demonios de la soledad del genio.


25.

Science Fiction
Brand New

La ansiedad es una tónica dominante en la música de Brand New, y es probable que la actitud torturada de su líder y vocalista, Jesse Lacey, tuviera que ver con el sentimiento de culpa que generarían en él ciertos comportamientos del pasado relacionados con el abuso sexual que han salido a la luz recientemente. Nosotros no estamos aquí para juzgar comportamientos personales hasta que no haya una condena oficial, pero Lacey pidió disculpas a través de un comunicado y la banda al completo decidió cancelar todas las fechas hasta que el tema se resuelva, lo que le da en cierta manera la razón a las víctimas. Intento personalmente olvidar este tema, aunque cueste y resulten siempre decepcionantes estas revelaciones, al enfrentar de nuevo el que según los propios Brand New es su último disco, para hacerlo tal y como cuando llegó por sorpresa a mediados de agosto. Un viaje de diferentes velocidades, todas contrapuestas y molestándose entre sí en un océano de guitarras y bajos conducida por un ritmo implacable. El barco de Brand New regresa como el de Ulises a Ítaca y atraviesa islas perdidas y tormentas, ha de lidiar con cantos de sirena y soportar sacudidas brutales y repentinas de las que salir siempre con la mar en calma y la gota de sudor escurriéndose por la frente. Se mece entre el post hardcore y el pop punk, pero también inflama esa vena catártica y un cierto mesianismo dramático, una seriedad melódica pocas veces vista en grupos del género. Se acompaña de arreglos de cuerda y brinca con cambios de ritmo imposibles, y es tan directo como intrincado en su forma de arribar. Una pena que al final Brand New, por los que tanto tiempo llevábamos suspirando, se despidan definitivamente con un álbum tan majestuoso como ensombrecido por las salvajadas de juventud de Jesse Lacey. Un poco de ciencia ficción.


24.

Dirty Projectors
Dirty Projectors

David Longstreth entrega dieciséis años después de su irrupción en la música su primer disco homónimo, en el que desanda lo andada y da un giro de 360º amparado en el eclecticismo sonoro como vía de escape frente a los fantasmas de una ruptura (con Amber Coffman, la otra mitad de los viejos Dirty Projectors) que a punto estuvo de llevarse por delante el proyecto. Longstreth se abandona al r&b, al hip-hop, a la experimentación electrónica y a la fusión genérica, a las pertinentes guitarras y a su envoltorio un poco lo-fi, con aroma a portátil y dormitorio, para ofrecer un disco que sobrevive en su propio burbuja, atrapando el mejor momento posible.

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23.

Everything Now
Arcade Fire

La mega banda canadiense, una de las más esperadas del año, ofrece en su quinto trabajo una vuelta a los orígenes sutil y discreta en la que aplican todo lo aprendido sobre groove funk y electrónica en Reflektor añadiendo un punto disco punk inspirado en la Nueva York de 1977, de los Talking Heads, de Blondie y del Studio 54. El resultado es un disco discreto que baila entre la euforia y la melancolía y que les presenta más minimizados que nunca, dejándose llevar por la intimidad y reforzando los vínculos armónicos entre Win y Régine, un matrimonio cada vez más cohesionado que sin embargo está eclipsando la cohesión general que siempre ha tenido la banda. La distancia entre miembros es más patente en Everything Now, aunque la contrapartida positiva sea poder apreciar a Chassagne en todo su esplendor, probablemente con mayor protagonismo que nunca dentro del entramado Arcade Fire. Además, premio especial a la mejor campaña promocional del año.

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22.

mejores discos 2017

Take Me Apart
Kelela

En su primer disco como tal, Kelela sintetiza con maestría todos los pasos que ha ido dando en el refinamiento de su r&b electrónico, desde aquella primera mixtape en la que ponía melodías personales a instrumentales de dj de su sello hasta el excepcional EP Hallucinogen que le produjo Arca y que suponía su debut en Warp. Con la colaboración de nuevo de Alejandro Ghersi pero esta vez con el Rey Midas de las fusiones r&b Ariel Rechtshaid como productor principal, Kelela (pronunciado “kalala”) se sitúa a la vanguardia del género, entre Solange y FKA Twigs, e incorpora también elementos de electro futurista que la conectan con Björk, gusto por el soul y por el dance pop, pequeñas trazas de jazz y atmósferas de uk garage (no en vano Romy Madley Croft de The xx ha co escrito varias canciones para este excepcional Take Me Apart) que la convierten en una de las artistas angulares de esta nueva melodiosidad electrónica.


21.

Okovi
Zola Jesus

Zola Jesus ha logrado en Okovi su propio caótico equilibrio. En una tormenta que es a veces estática y otras incontrolable y vehemente, Nika Danilova recoge la influencia mercúrica de otros grandes discursos sonoramente apocalípticos y los hace suyos en una especie de transformación alienoide que es fiel a la dilución compasiva de Arca, a la ambivalencia de Björk, a la épica implosiva de Oneohtrix Point Never o al compromiso industrial y mutante de Anohni. Y le sienta de maravilla. Entre lo clásico y lo radicalmente futurista, Zola Jesus asume en el caos el estado natural más ordenado de las cosas, y dicta en Okovi su propia ley termodinámica.


20.

Love What Survives
Mount Kimbie

Mount Kimbie podrían encarnar la eficiencia británica tanto como la marcial contundencia alemana. Industriales, subterráneos, espídicos, raveros, kraut, techno, punk… registrados como algún tipo de lanzadera entre los túneles de la madriguera de un mundo postapocalíptico. El ambient y el post dubstep de su debut no es que hayan desaparecido, es que se han condensado en Love What Survives por culpa de la presión desfasada de una atmósfera anegada en vapores vitrales y han tomado nueva forma, ennegrecida, contaminada. El paralelo sónico a la Blade Runner de 2049, su banda sonora cuántica.


19.

Hug Of Thunder
Broken Social Scene

La vieja guardia del indie puede estar ya sumida en el ocaso, pero sigue contando en sus filas a colosos como los canadienses Broken Social Scene. Estos solo hablan cuando tienen algo que decir y, tras siete años de silencio, regresan con una energía renovada y la sangre fluyendo por las venas ágil y de un rojo vivaz. Han hablado, alentados por los atentados de 2015 y el nuevo curso del mundo, como acudiendo a la llamada de unidad que aúlla en tiempos oscuros y en esa dicotomía, en ese encontronazo entre la penumbra y la esperanza se mueve su «abrazo del trueno». Justo cuando Arcade Fire, que tanto aprendieron de ellos hace casi 15 años, miran hacia sí mismos y juegan con la ironía de caer en las garras del sistema lavándose las manos, son Broken Social Scene los que tienden su mano al mundo y le invitan a unirse a su fiesta de optimismo, ruido, pop, art rock, melodía, incendio, metales y arreglos de orquesta. Encendiendo una llama por la humanidad, recordándole que no ha de dejar de arder nunca.


18.

Slowdive
Slowdive

La mítica formación de Reading, estrella fugaz del shoegaze de principios de los noventa (sacaron tan solo tres álbumes, entre ellos el emblemático Souvlaki, entre 1991 y 1995, cuando cesaron su actividad) ha publicado por fin, tras 22 años de lapso, su cuarto disco, el que prometieron tras la reunión que encabezó el Primavera Sound en 2014. Y lo mejor de todo es que es un muro de sonido inapelable a la altura de sus mejores trabajos, en una renovada fórmula amparada por los avances técnicos y que les hace sonar más contundentes que nunca. Slowdive han desatado el poder de sus guitarras, esparcidas en mantras ruidosos y vibrantes que arrollan antes por presencia que por uso de la violencia. Ritmos medidos, bajos pesados y oniria melódica, casi una psicodelia durmiente en ‘Go Get It’, la mejor canción de un disco homónimo que les vuelve a presentar como una estimulante novedad, que ha sabido aprehender con humildad a Mogwai, a Daughter o a Editors sin perder ni un ápice de su personalidad o de su contundencia evocadora.


17.

Migration
Bonobo

Lo importante para Bonobo no es el destino, ni es el punto de partida. Sino el viaje. En él lleva enfocado especialmente desde Black Suns, en la mutabilidad explosiva de la naturaleza durante el momento nunca certero de la transición, pero es en Migration donde por fin ha logrado narrarlo con impresionismo clínico. El canto de la naturaleza, tierra, mar y cielos a veces despejados y a veces tormentosos, rituales al calor del fuego y el abrigo de la luna, tensión urbana y ánimo club. No hay compromiso en un ejercicio en el que solo vale la contemplación de la belleza más brutal.


16.

Kelly Lee Owens
Kelly Lee Owens

La británica dio sus primeros pasos en la música al bajo de The History Of Apple Pie, una banda tutelada por XL Recordings, y fue durante esos años cuando conoció a Daniel Avery y Ghost Culture, dos valores fundamentales de la nueva oleada de techno de las islas. Su influencia es evidente en el debut homónimo de Kelly Lee Owens, que tiene cierta querencia por el acid techno y ritmos más secantes, pero no es sino una forma de hacer más concretas sus aspiraciones oníricas y vaporosas. Son estas las que dan verdadero sentido a su propuesta, más intimista, oscura y vampírica, muy en consonancia con el último álbum de una Jenny Hval que no sorprende colaborando en algunos temas de Kelly Lee Owens. Una purpurina mágica que hipnotiza al que la contempla bajo las brumas de un antro oscuro, que refleja su sombra espectral en las paredes de la sala, cada vez más desplomadas sobre las cabezas inertes que han abandonado su conciencia por el ritmo.


15.

mejores discos 2017

Plunge
Fever Ray

Quien esperara del regreso de Karin Dreijer al frente de su proyecto en solitario una segunda parte del homónimo Fever Ray (publicado hace ocho años ya, y la verdad es que había ganas de algo nuevo) no encontrará en Plunge lo que busca. Aquel disco era oscuro y distópico, un canto casi difónico arraigado en una oscuridad ancestral, con una épica introspectiva y apocalíptica. Y Plunge quizá lo sea, igual de siniestro y amenazador, igual de dramático y tremendista, pero lo transmite de una manera muy diferente, no apoyando su voz en cada pulso y en cada sonido, sino driblando con ellos, generando una histeria que brilla no por su cromatismo o por su luminosidad, sino por la reacción que experimenta al paso de la electricidad. ‘Mustn’t Hurry’ puede ser el corte que venga a demostrar la continuidad, que Karin sigue siendo la misma persona, pero solo es una tibia aproximación al universo de la nueva Fever Ray, que parece seguir más bien la línea de los últimos The Knife, el dúo que ya parecen haber dejado, por desgracia, apartado ella y su hermano Olof. Es el tragicómico y patético brillo tribal de Shaking The Habitual lo que parece poner a Karin en un registro más pop, clínico, pero electrificada e histérica, construyendo una especie de imaginería de psiquiátrico postapocalíptico y de terror synth.


14.

mejores discos 2017

Turn Out The Lights
Julien Baker

Una preciosidad lo que ha hecho la joven Julien Baker en su segundo disco, estreno con Matador. Pero también una sorpresa. Nadie hubiera imaginado que aquella promesa de diecinueve años que arañaba con un vozarrón unas letras de intimidad a la altura de las grandes compositoras contemporáneas como Sharon van Etten protegida solo por su guitarra daría un segundo paso en el que pudiéramos compararla con Adele. La sorpresa es haber sabido explotar su prístina voz potentísima y proyectarla con brillantes melodías sin renunciar al minimalismo, a los arreglos simplistas pero emocionantes, a la sencillez cálida y sincera. En una cámara oscura, a la luz solo de una pequeña vela que titila con cada suspiro, que tiene escrita en sus lenguetazos cada acorde e piano, cada golpe seco de guitarra y cada exhalación de las cuerdas, Julien Baker narra las historias de su soledad, más acompañada ahora que en Sprained Ankle pero con la misma sensación desolada, solipsista. Construyendo un universo personal carente de ventanas porque Baker no quiere que te asomes, ni asomarse ella a ningún precipicio. Quiere que cruces el umbral y te sientes frente a ella, y otees cada palmo de oscuridad en busca de aquello que al final resulta lo verdaderamente esencial. Con Turn Out The Lights la joven Julien Baker se confirma no solo como una de las mejores voces femeninas de su tiempo, sino también como una de las mejores compositoras.


13.

mejores discos 2017

Utopia
Björk

Escucha este disco una, dos y tres veces. Cuatro, cinco y seis. Siete, ocho, nueve y diez. Es complicado sumergirse en el universo de Björk, a veces recubierto de una película alienoide de esnobismo exacerbado, como puede ser hacerlo en una película de Lars Von Trier, y no voy a volver a hacer la gracia  de que qué raro que firmaran juntos una película como Bailar en la Oscuridad porque la psicopatía del uno ya ha salido varias veces a la luz, la última de ellas precisamente por una «velada» e «indirecta» acusación de abuso sexual por parte de la propia Björk. A lo que voy, Björk. Qué cabeza tienes, Björk. Difícil, prismática, cuatridimensional; excepcionalmente centrada. Cómo es capaz de poner en orden su caos lo demostró por enésima vez, y quizá aquella era la más difícil por venir tras la ruptura con Matthew Barney, en Vulnicura (One Little Indian; 2015), y en general siempre se asegura de explicar muy bien el concepto detrás de sus discos, preocupándose de hacer accesible su trabajo. Utopia partía con la premisa de ser una especie de fábula sobre el amor, sobre la cura, un disco esperanzador y en cierta manera sanador. Y lo es, y esas ideas son fundamentales para entenderlo, pero la utopía de Björk es mucho más. Es un regreso virtual al paraíso, al jardín del Edén, al momento en que los seres humanos convivían en armonía con la naturaleza y no cargaban con el estigma divino del pecado original. ‘Tabula Rasa’ para la humanidad, un reseteo desde la más auténtica y humilde de las purezas. Sin canciones memorables (como marcan los cánones de la canción, se me entienda) porque no las necesita, la islandesa se vale de todo un ejército de sonidos recogidos y orquestados junto a Arca, que ya se ha convertido en un colaborador habitual y con el que ha formado una dupla artística demoledora, para recrear esa jungla ideal: pájaros, soplidos, agua y hasta rugidos, todo cabe para construir y programar cada palmo del universo en que Björk desdoblará su propia conciencia, que además se llena con una pléyade de flautas que contribuyen a crear ese ambiente místico y mágico, de égloga mitológica, de cuento de ninfas y héroes, animales extraordinarios, belleza salvaje, de canto de sirena. Lo son todas las voces que pueblan igualmente Utopia, o fantasmas de los antepasados velando por la solidez de esta fantasía que nunca termina, entre lo orquestal y lo electrónico, entre lo clásico y lo absolutamente vanguardista. Y como en todas las fábulas, lo esencial va más allá de la estética, aunque Björk se empeñe en su perfeccionismo y remate con tanta precisión el envoltorio, o el contexto (qué importante es, para todo en la vida). La moraleja de Utopia, más allá de la excelencia en el plano de la producción y de cualquier consideración meramente musical, es lo que convierte a este en un álbum único y memorable. Una enseñanza deprimente y apocalíptica, oscura y condenatoria pues, después del viaje, lo que se extrae de él es que ha sido poco más que una ensoñación tortuosa. Que es imposible, al menos humanamente, trascender al pecado, que la armonía no es sino una forma de imaginar cómo culparnos, una aspiración absurda e ilógica de la que siempre seremos esclavos. Que los seres humanos conocen el mal precisamente porque son capaces de imaginar el bien y viceversa, y de hacer realidad ficcional una utopía. Utopia no es el disco del año porque el lenguaje de la música funciona de otra manera, pero sin duda Björk ha dejado el producto artístico de este 2017, un disco que trasciende los límites mismos del disco como tal, como idea, y aprovecha la música para contar una gran historia alegórica. Una que va desplegándose en tu cabeza poco a poco, a medida que vas reparando en que cada retruécano es un laberinto más para adentrarse más profundo en la mente de Björk. Björk Madre. Björk Tierra. Björk Gaia.


12.

American Dream
LCD Soundsystem

La ensemble del ritmo desenfrenado de James Murphy, LCD Soundsystem, se ha traicionado a si misma y ha resurgido de las cenizas de aquel concierto en el Madison Square Garden en 2012 con el que se despedían para siempre, ya no solo con una gira-reunión de esas para hacer caja, sino con un nuevo disco. Con American Dream celebran un funeral por Bowie y por el sueño americano para regresar sin cambiar nada, para seguir siendo significantes y para demostrar por qué son una de las bandas más influyentes y representativas de la música del nuevo milenio. Bailarán hasta el delirio mientras reflexionan sobre el sentido de la vida, de la política, de la filosofía, de la represión o satisfacción de los propios deseos, y siempre sonarán personales, comprometidos, inteligentes, precisos, engrasados. Espectaculares, lo que ofrecen los de James Murphy es toda una filosofía de baile.


11.

Aromanticism
Moses Sumney

Lo más chocante del descomunal debut de Moses Sumney es que suena a enamorarse, a acariciarse, a besarse y a hacer el amor mientras habla de soledad y, en definitiva, de arromanticismo. Aromanticism suena a clásico moderno, engarza sus raíces en la narrativa vocal de los clásicos del soul y sabe fundirse en la calidez pop, pero su visión futurista le da alas para trazar su discurso desde una producción de jazz de vanguardia y de electrónica futurista heredada de Flying Lotus o James Blake. La riqueza es quizá su gran virtud, pero puede serlo más cómo está conseguida, siempre con sutileza y minimalismo, respetando cada pulso y cada espacio. Así van sucediéndose todos estos vaporosos pasajes de sensualidad, acompañados de pianos sutiles, de arpegios y de una guitarra minimalista, de sutiles pizzicatos y de aires de bossa, de coletazos de jazz, de caricias como coros femeninos y de arreglos de viento y de cuerda que inflaman el alma. Pero el ambient cósmico en el que todo adquiere coherencia también atraviesa momentos más bailables, como el disco inferno bailable de ‘Lonely World’ —su versión calmada apareció ya en el EP Lamentations, así que ha sido una gran idea reconvertirla a sencillo para todos los públicos—, otros en los que el joven californiano se maneja hasta con dicción urbana y con vocación política y otros más puramente intensos, al calor de la revolución sonora de Bon Iver o de lo desolador del Hopelessness de Anohni —nuestro disco del año pasado—: ahí está ‘Doomed’, uno de los temas del año.


10.

Sleep Well Beast
The National

La banda que ahora mismo se ha puesto los galones de reina del indie rock a base de esfuerzo, de trabajo y de implicación, de honestidad y de respeto, de negación de lo masivo y de constante búsqueda interior, de permanente excavación en los recovecos del propio sonido es, sin muchas dudas, The National. Para su séptimo disco, los de Matt Berninger se han agenciado un estudio propiamente dicho en el que han convivido por primera vez hasta la extenuación, y al final le han rascado la esencia hasta a las paredes. La energía y la unidad con la que trabajan rezuma en un Sleep Well Beast en el que dan un sutilísimo pero tremendamente eficaz paso hacia delante, sin renunciar en ningún momento a virtudes del pasado pero adentrándose con segura cautela en terrenos más incómodos. No es su mejor disco, y quizá abandone de un plumazo la estela hacia la masificación y los estadios que rozaron tras Trouble Will Find Me, pero esto, para ellos, que siempre se han hecho enormes en torno al intimismo, puede ser la decisión más inteligente, la que mantenga encendida una llama de autenticidad que en ellos se resiste a apagarse nunca.


9.

Process
Sampha

Después de haber colaborado con SBTRKT, Jessie Ware, Frank Ocean, Solange o Kanye West, Sampha por fin entrega su debut en largo, y en él disfraza su fragilidad con una tormenta cibernética. La épica electrónica explosiva es una de las vías de escape que el británico emplea para acanalar sus dolores y pérdidas personales (su madre y su padre, los dos por la misma enfermedad, el cáncer), que están cantadas en clave de r&b y con la potencia y la intensidad de las grandes figuras del soul. James Blake también está presente, pero donde él es frío y calculador en su desborde, Sampha se deja llevar por la chispa del cortocircuito y por la furia catártica del ritmo desenfrenado.


8.

The Ooz
King Krule

Archy Marshall parece haber encontrado el equilibrio y la motivación en su novia, Beatriz Ortiz, una joven de Barcelona de la que poco se sabe y poco me interesa, para retomar con fuerza su proyecto King Krule, que al final y después de algunos bandazos parece convertirse en el fundamental para él. En The Ooz (donde llega a hacer referencia directa en una línea a su primer disco, el excelente 6 Feet Beneath The Moon, como conceptualizando la continuidad), ha conseguido captar su propia esencia, retenerla y desarrollarse, hacerse fuerte en torno a ella. Con él postula seriamente, y desde mi punto de vista lo consigue, a convertirse en el mejor y más exhaustivo cronista de la baja Londres, con una lírica tremendista, vomitiva y expresiva que recuerda a Dylan Thomas. Krule pertenece a los rincones bajos, a las alcantarillas y a la mugre, y desde ahí pretende sacudir los estereotipos del indie rock británico, al que sigue recordando en algunos temas (los Arctic Monkeys están presentes de algún modo, aunque por aquí paseen gruñendo en busca de algún cerebro; escucha atentamente ‘Vidual’ ‘Half Man Half Shark’) pero del que se desmarca con inteligencia en brazos del jazz, del soul y de una psicodelia mortuoria y funeral. La música de King Krule suena un poco a lo que está estupendamente reflejado en el videoclip de ‘Dum Surfer’, como hecha por una banda putrefacta y no-muerta, y busca hacer bello el feísmo natural de las cosas, una idea que conecta con el discurso estético del naturalismo. The Ooz es la peste, la negrura, el lodazal. Grueso, denso, grasiento, viscoso, pastoso. Repelente y repugnantemente bello. Es un disco que persigue conmover con conmoción, que hace válidos y necesarios la introspección y el sufrimiento, que se cree su propia y selectiva misantropía. Y que se regodea en la contemplación de la vida a su modo particular, criticando con mensaje y actitud la obsesión del mundo moderno con el éxito, con el progreso, con ser útiles para la sociedad, con hacer cosas y con no perder el tiempo, una obsesión que obliga a sedarse, a empastillarse, rememorando vívidamente aquí sus problemas de insomnio, por ejemplo, o sus tardes de marihuana (tremenda ‘Czech One’). Desde una oculta sensibilidad, King Krule razona por qué odia a todo el mundo, y lo que demuestra en el fondo es su tremenda capacidad para empatizar, para amar. Como recita su novia en el sutil interludio ‘Bermondsey Bosom’, «se sacude los adentros, se le tuercen las tripas, se sienta en la humareda y piensa en ello. Tú y yo contra esta ciudad de parásitos. Parásito. Paraíso».


7.

Arca
Arca

No es posible la indiferencia ante la bestia sonora que ha parido desde el fondo de sus entrañas el chileno Alejandro Ghersi, sobre todo porque es bastante extraño en lo superficial de los tiempos que corren poder adentrarse tan a fondo en las inquietudes que anidan en la cabeza de un ARTISTA. Sexo y sexualidad, dominación, bondage, roles emocionales trasladados a la esencia más pura y descarnada, reflexiones sobre el amor, la fidelidad, los instintos, la vida y la muerte… todo se da cita en el que no sorprende siendo el primer disco homónimo de Arca, en el que aparece sin máscaras, piel con piel, cantando con falsete de engole clásico en su propio idioma y sin más armadura que la de las pesadillas futuristas que construye con su música, intensa hasta el dolor, con ese sonido que se da cabezazos enfurecidos contra un muro acolchado con alguna sustancia de otro planeta. El cerebro de Ghersi se proyecta sobre ti y te encierra en su gabinete de bizarrismo y caos, te hace llorar de pura belleza y provoca a la raíz de los instintos más primarios de una forma mucho más inspirada que, por ejemplo, las pesadillas psicológicas de Lars Von Trier, encontrando además por primera vez una inusitada llama pop.


6.

crítica masseduction

Masseduction
St. Vincent

Annie Clark adopta en su quinto disco como St. Vincent el personaje de dominatrix de psiquiátrico y tira de una estética hipersexualizada, con leopardo, látex, bótox y cirugía plástica, para ironizar sobre el mundo de la alta fama y su frivolidad, pero también de un envoltorio de pop electrónico que ha ideado junto a Jack Antonoff y que la muestra de algún modo más accesible, siempre dentro de su ambigüedad histérica. Narrando su propio crepúsculo de los ídolos, su caída a las profundidades desde las alturas de la fama, la “grande belleza” con histrionismo sintético, consigue el álbum más accesible de su carrera, pero probablemente también el más icónico, el más empaquetado, el mejor terminado… uno que se permite usar metalenguaje y samplearse a si mismo (lo hace ‘Sugarboy’ sobre ‘Los Ageless’) o interconectarse con una historia anterior, la de un Prince Johnny del que ya está totalmente separada. Uno de esos discos que se recuerdan. Intemporal y relevante, St. Vincent ha fabricado uno de los tratados de pop más incisivos y duraderos del año, una pequeña obra maestra.

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5.

No Shape
Perfume Genius

Maduro, consciente de si, de sus capacidades, de su vocación artística y de su sexualidad, Mike Hadreas ha diseñado la obra más ambiciosa de su carrera, un complejo palacio de rococó sintético que oscila entre la oscura profundidad y la honda sensibilidad, que ofrece a Anohni cuando era Anthony tanto como a Prince o a Roger Waters, que muta camaleónico por todos los lugares de las nuevas inquietudes de un hombre situado en la difícil intesección de la comodidad y la pérdida. Más alta será la caída, que dicen por ahí. O cómo el tener lo que se quiere alimenta los fantasmas del miedo a perderlo. Soul, r&b, clasicismo, pop de cámara, electrónica, synth y todo lo que se le ocurra a Perfume Genius para narrar su propia catarsis.

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4.

A Deeper Understanding
The War on Drugs

Los de Adam Granduciel han preferido profundizar para A Deeper Understanding en todos aquellos aciertos sonoros que les llevaron a hacer el mejor disco de 2014, Lost in the Dream. Renunciando a un giro radical y en parte sin asumir riesgos importantes, The War on Drugs sin embargo han conseguido mantener la chispa y, sobre todo, la inspiración encendida gracias a unas canciones enormes, intemporales y riquísimas, inundadas de detalles y magníficamente ensambladas y producidas. Tom Petty, Arcade Fire, Fleetwood Mac o Bruce Springsteen son las influencias más evidentes, pero nunca le quitan protagonismo a la enorme calidad del producto que ha vuelto a ofrecer Granduciel, Un claro magisterio  de estudio, de producción y de perfeccionamiento sonoro. Los sintetizadores abrazan con calor un diálogo fluido entre guitarras, el ritmo acompaña la idea del viaje, invita a la carretera, y a las gafas de sol, y se lleva de maravilla con un bajo que parece gasolina, y aunque las letras se queden en tópicos dando vueltas sobre si mismos, lo que demuestran The War on Drugs es que lo más importante de todo es la música, y hacerla excepcionalmente bien. Con eso basta. Como si fuera poco…

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3.

I See You
The xx

Y la luz se hizo… poco se puede decir que sea tan representativo como esa idea. Si acaso el beso que han convertido en el sello de identidad de esta nueva etapa en la que todos parecen haberse reconciliado consigo mismos y con su música. Líricamente liberados y mucho más reales, The xx se abandonan al desarrollo que ha experimentado la carrera de Jamie en solitario para brillar como nunca, para abandonar la oscuridad y firmar un disco de melodías preciosistas destinado a conquistar la humanidad. Brillante, y nunca mejor dicho.

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2.

DAMN.
Kendrick Lamar

Kendrick Lamar ha abandonado la estrategia de combate frontal respecto a la problemática racial en EEUU. Pero no quiere decir que renuncie al problema, que mire para otro lado ni que se lave las manos. Sigue afilado, convertido seguramente el mejor letrista contemporáneo y subido en un flow inigualable. Más convencional que nunca, el rapero de Compton coquetea con el r&b, con el rap más hardcore y con la electrónica en un álbum en el que colaboran, entre otros, BadBadnotGood, Rihanna y James Blake, y que al final, después de todo, puede llegar a considerarse una obra maestra del pop.

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1.

Melodrama
Lorde

Que ha hecho el mejor disco del año no parece, además, dudarlo nadie, y no es raro verlo encabezar muchas listas recopilatorias. Lorde ha madurado, ha tomado las riendas de su vida, ha sufrido los dolores del amor y ha adquirido conciencia de sí misma y de su lugar en el mundo y en la generación que le ha tocado al pasado. Reverenciando a sus ídolos, siguiendo la nueva estela del pop y mostrándose siempre certera y sincera líricamente, Lorde ha conseguido además convertirse en estandarte del millennialismo. Pero Melodrama, además de un disco generacional, es un enorme compendio de pop, lleno de aristas y complejidad. Una obra maestra.

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