Crítica: Jack White, rompiendo límites

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Boarding House Reach es ante todo una transgresión personal pero ¿es un disco transgresor? Reseñamos el tercer disco de Jack White


Pues nada, ya sabemos lo que quería decir Jack White con «bizarro» cuando dio las primeras pistas sobre su tercer disco en solitario. Y al final, más que bizarro per se, Boarding House Reach puede ser de alguna manera el disco por el que fundó Third Man Records. Solo desde la autogestión se hubiera podido permitir el de Detroit un ejercicio de experimentación como este, violando hasta el límite los preceptos de canción clásica y llevando la tradición que fluye por sus venas a un terreno ahora inhóspito y desconocido en el limbo de su propia cabeza. En un lugar ajeno a las leyes de la física y sin espacio ni tiempo. Donde pasado y futuro colisionan en presente para hacer añicos las reglas que la industria impondría. Y eso mola, evidentemente, aunque el resultado cojee a veces precisamente por ese afán rupturista y esa vocación de disco extraño e incomprensible que puede llegar a lo forzado y que tampoco resulta tan rompedora ni sorprendente.

Pero es que White ha empezado la violación por sus propias manías. Primero la de grabar únicamente en su estudio de Nashville, vamos a llamarlo zona de confort, y decidir volar esta vez también a Los Angeles y a Nueva York para trabajar, en sus palabras, con extraños (músicos de sesión y de directo de grandes estrellas como Kendrick Lamar, Kanye West, Jay-Z o Beyoncé especializados en reproducir sobre un escenario samples y efectos varios) y en un entorno más efervescente y cosmopolita, con más estímulos, algo que se plasma en la histrionía del álbum. Segundo, la que tiene con sus guitarras de toda la vida, atreviéndose con tres modelos nuevos para ponerse a prueba: la Wolfgang de Eddie Van Halen (con configuración de tres humbuckers, eso sí), la Gibson Firebird de Skunk Baxter y la signature para mujeres Music Man de St. Vincent, y a las tres las hemos visto funcionar ya en el show de presentación del disco en Brooklyn. Tercero la de tomarse las cosas demasiado en serio.

Y cuarto la de operar siempre en analógico. Por primera vez ha usado ProTools para mezclar, después de que por ejemplo Nigel Gondrich (productor de Radiohead) alucinara cuando White le describiera por encima su forma de trabajar e inspirado por una broma que le hizo Chris Rock. Si a nadie le importa cómo haces las cosas ahí dentro, en el estudio o detrás de las cámaras y solo les importa el producto, el final, el resultado y si les gusta o no, ¿por qué ponerse los límites de lo analógico y no abrazar lo digital para, simplemente, ampliar el espectro? Así que lo único que ha querido ha sido recrear los sonidos que tenía en su cabeza, a cualquier precio y de cualquier manera. A White siempre le ha gustado el camino duro, lo artesano, hacer las cosas como hay que hacerlas, como es debido, pero aquí ha cedido para adoptar una postura más utilitarista: el fin justifica los medios.

Sin embargo deja un pequeño recuerdo, casi una máxima o un aviso de rotundidad en una de las diferentes versiones (tantas como formatos tiene el disco, entre el digital y las varias opciones de vinilos) del spoken word con el que arranca el electrofunk androide dafpunkizado ‘Get in the Mind Shaft’. «Donde quiera que vayas encontrarás que en la Biblia dice ‘alguien que trabaja con sus manos’ (…) No importa cuan computerizado, robótico y digital se convierta todo a nuestro alrededor: no muy lejos hay alguien trabajando con sus manos». Una filosofía que Jack White no ha abandonado, que sigue defendiendo a ultranza (por eso Boarding House Reach parte de un entorno imbuido del espíritu do it yourself de sus primeras grabaciones con un cuatro pistas; por eso él ha renunciado al teléfono móvil y prohíbe su uso en los conciertos de su gira), pero con la que ha aprendido a lidiar. Quizá Jack White  no sea ese tipo, no tenga por qué serlo. Y eso no tiene por qué hacer peor lo que hace. Fuera esos miedos, Jack White está preparado para romper todos sus límites y: a) hacer lo que le da la real gana o b) probarse a sí mismo en terrenos desconocidos. Ya que renuncias a tus ideales (o más bien, ya que reconoces que es imposible tener razón en todo y que cambiar de opinión es no solo bueno sino también necesario) por lo menos que sirva para algo.

Cuando publicó como anticipo y primera noticia del disco aquel collage que era ‘Portions and Sketches from my Boarding House Reach’ no podía ni imaginarme que no había mejor manera (o al menos más ajustada, más certera) de presentarlo, de resumirlo, de condensarlo. Boarding House Reach es, aparte de una búsqueda en el baúl de los recuerdos en forma de paso hacia delante y una retrospectiva del futuro, un pastiche de ideas y sonidos que no terminan de alcanzar conexión salvo en la cabeza del genio y en el que cabe prácticamente de todo: esas reflexiones e historias personales narradas en forma de spoken word de la ya mencionada ‘Get in the Mind Shaft’ o de ‘Abulia and Akrasia’, los coqueteos con el hip-hop de ‘Ice Station Zebra’ , el blues gospel que es ‘What’s Done Is Done’ (sobre la incomprensión de la sociedad y la facilidad para adquirir un arma que acabe con todo en EEUU) o los sonidos de juguetes procesados de ‘Hypermisophoniac’, una canción sobre la misofonia, la hipersensibilidad selectiva a ruidos cotidianos producidos por los cuerpos de otras personas.

Efectos robóticos que lo pueblan todo, latigazos jazz, pianos de cabaret, máquinas recreativas y riffs salvajes como el que sustenta ‘Over and Over and Over’, una idea perdida de la época de The White Stripes rescatada para encarnar la personalidad del álbum y ejercer como piedra angular. La jam febril de samples locos, sintes de videojuego, congas tribales y bajo frenético que es ‘Respect Commander’ y cómo acaba convertida en un blues mórbido, sucio, sexual y salvaje. Una fiesta funkoide anticapitalista como la organizada en ‘Corporation’ entre desatados efectos vocales (lleva tres micros en la gira, uno normal, uno robotizado y otro muy loco) y ese apocalipsis filosófico-publicitario de ruido y desmadre eléctrico que es ‘Everything You’ve Ever Learned’.

‘Humoresque’, una canción escrita por Al Capone en Alcatraz para una banda en la que al parecer (investigación de White mediante) militaba a la batería Machine Gun Kelly, o una canción sobre por qué los humanos necesitamos esclavizar a los perros para paliar nuestra soledad, rematada además con el solo más engrasado del disco, un monstruoso lamento de fango: ‘Why Walk a Dog?’. O ese soul con programación electrónica exagerado y casi caricaturesco con aires alarmistas, épica de himno marcial y apariencia Black Mirror que supuso el primer sencillo, ‘Connected By Love’.

Tiene de todo eso y tiene también algo de reivindicación del propio ejercicio, casi de forma metalingüística. Es lo que se puede deducir de una canción como ‘Abulia and Akrasia’, en la que haciendo honor al nombre apenas participa (algo totalmente inusual) y cede la pronunciación de su manifiesto del renegado al cantante de blues australiano C. W. Stoneking, o de la declaración de intenciones que supone ‘Ice Station Zebra’, una reflexión indirecta sobre la naturaleza de la creación artística y la inevitable adaptación y reinterpretación del acerbo cultural construida sobre un beat que White había preparado pensando en un proyecto colaborativo con Jay-Z que nunca llegó a concretarse.

¿Pero hay algo verdaderamente disfrutable en el disco? Disfrutable de forma íntegra, más que a bocados o a caladas (que ahí sí hay ideas estimulantes)… La sección final, empezando por el absurdo spoken de ‘Ezmeralda Steals the Show’, cojea por todos lados y los momentos de experimentación pueden resumirse en percusiones procesadas, ritmos tribales, una guitarra electrificada por encima de sus posibilidades y samples y loops para dar la sensación de eclecticismo febril y juguetitos de sala de recreativos retro del futuro. Y en general la experimentación es tímida, tan solo un poco atrevida y funcionando como primer paso de una nueva personalidad en la que todavía le falta encontrar la comodidad.

Boarding House Reach es una transgresión personal de White, sí, pero definitivamente no es un disco transgresor. Otra vez será.


7,3 / 10


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