Crónica: La Plata, un rayo de luz cegadora

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La Plata pone con su directo la guinda a un pastel que celebra su irrupción como mejor banda nueva del país


No es ningún secreto que nos flipa La Plata. Desde el principio los colocamos entre las promesas más brillantes de nuestra escena, y pronto trasladamos la discusión a un plano más general. Después situamos el brevísimo EP Un Atasco en la zona noble de los mejores trabajos nacionales de 2017, ya hemos dicho que Desorden es uno de los mejores debuts que recuerda nuestra historia reciente y ahora protagonizan nuestra portada.

No es ningún secreto, menos aún después de su espectacular concierto del sábado pasado en la sala El Sol de Madrid.

«No, tío, lo de la luz no me lo hagáis. Por favor». Diego no quería que apagaran las luces del escenario entre canción y canción, algo que es habitual en prácticamente cualquier concierto. No quería porque no iban a darse respiro, ni a ellos ni a nadie entre el público, en ningún momento del espectáculo y tenía que tener siempre a ojo el mástil de la guitarra. Una descarga frenética para desgranar una a una y en estricto orden cardinal las canciones de Desorden, perlas ensangrentadas o píldoras explosivas que se basan todas ellas en los mismos patrones de guitarras brillantes que se entrelazan nerviosas, entre sí y con un sinte de contexto, en un bajo presente, machacón y bailongo, en una percusión histérica y en el cuentakilómetros a cien por hora, aunque las letras de La Plata muchas veces hablen de atascos y de querer salir de ellos.

Pero que se hacen a su manera únicas y totalmente diferentes entre sí, como escenas independientes en una misma película en Súper8. Pequeños himnos con todo por delante que a partir de ‘Miedo’ demuestran ser infalibles. Uno por uno. A ‘Fracaso’, por ejemplo, le pilló el público aún algo frío, pero cuando sonó la progresión ascendente de ‘Me Voy’ la comunión se había completado del todo y el foso de El Sol se había convertido en el campo de batalla de un pogo que ya no iba a desdibujarse nunca, como la intensidad del concierto.

Tocaron una inédita para aligerar, y al principio te coge de sorpresa y al final te sorprendes barruntando el estribillo, porque otra de las grandes cosas que tiene este quinteto valenciano es que son infecciosos y contagiosos, que demuestran tenerle cogido el punto a su reinspiración ochentera, una mezcla entre los últimos Joy Division, los Nueva Vulcano más pop y Parálisis Permanente, y saberlo actualizar. Que derrochan ansiedad, desarraigo y esa nueva forma de entender el punk que tiene la juventud a la que pertenecen y a la que ponen voz casi de manifiesto.

Así coreaba El Sol el estribillo de ‘La Luz’, implacable en directo, como si fuera un manifiesto, pero nada comparado con el apoteósico final. ‘Un Atasco’, más intensita siempre en vivo, con ese sutil retardo que diferencia la versión del LP con la del EP; el trallazo ‘Esta Ciudad’, para servidor su mejor canción, y ‘Me Miras Desde Lejos’, que el público aupó el sábado como uno de sus futuros clásicos. Antes de ella, y disculpándose por no tocar más tiempo que la escasa media hora que hicieron por no tener más canciones, se desquitaron con una agresiva versión de ‘Nuclear Sí, Por Supuesto’ de los Aviador Dro. Así, con su dejadez natural, con su seriedad deprimente. Con su energía inigualable.

Abran paso a la nueva sangre del mejor pop de guitarras nacional.

Mención especial merecen los chicos de Vulk, el resultado de la línea cuántica en la que Joy Division nacieron en Bilbao. Bilbanchester, podemos llamarlo, pero poca broma. Vulk son puro nervio, implacablemente post punks pero con ese deje punkarra que se sale de la etiqueta más impecable de la banda de Ian Curtis y se acerca algo a lo que ahora hacen Idles, un poco destructivista. Pues eso, como se hacen las cosas en Bilbao. Un poco a lo bestia. ¿Joy Division a lo bestia? Vulk.

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