La banda de Glasgow enfrenta una segunda juventud con su quinto disco, Always Ascending, y reconvertida en quinteto tras la salida de Nick McCarthy. Los tres primeros adelantos nos hacen preguntarnos: ¿han recuperado la forma?
Franz Ferdinand no llevan tantos años en activo. Ni somos nosotros los que nos hacemos mayores… es el tiempo, que tiene la manía de ir cada vez más deprisa. Parece que fue hace una eternidad cuando unos jovenzuelos (o no tanto) de Glasgow publicaron un espectacular disco con pocas pretensiones que se llamaba como ellos y como el archiduque de Austria al que asesinó Gavrilo Princip (de la Mano Negra serbia) en 1914 desatando así la Primera Guerra Mundial. Parece que fue hace una eternidad pero también parece que fue ayer.
El rock agonizaba como siempre, pero era entonces, a principios del milenio, cuando el mantra al que ya estamos tan acostumbrados empezaba a cobrar fuerza y consistencia, a arraigar en la conciencia colectiva y a convertirse en un tópico de relevancia cíclica. Coldplay habían llegado para dar luz y color y para sacar a Inglaterra del britpop, dejándola en manos de un futuro peligroso, y tan solo los Libertines de Pete Dogherty parecían generar una expectación que luego terminaría por disolverlos en todos los sentidos; en EEUU se hablaba de resurrección, y los «salvadores del rock and roll» empezaban ya a formar parte todos de las tierras de más allá del Atlántico. Una generación que vio crecer a Wilco o a Spoon y que comenzó a organizarse en la ciudad de Nueva York. Fue allí donde eclosionó el nuevo milenio, con los legendarios debut de The Strokes (Is This It?), de Interpol (Turn On The Bright Lights) y de LCD Soundsystem. Y no olvidarse de Jack White, que con su hermana daba sus primeros guitarrazos al frente de The White Stripes y estaba a punto de firmar uno de los himnos de rock contemporáneos por antonomasia.
Damon Albarn, por ejemplo, que había gobernado el planeta al frente de Blur apenas unos años antes, desapareció del mapa y prefirió volver oculto tras la máscara de dibujos de Gorillaz y directamente en el epicentro del mercado americano. Inglaterra debió de ver con recelo el hecho de haber dejado, en un abrir y cerrar de ojos, de dominar la influencia en el desarrollo de los acontecimientos musicales, y a parte de la campaña de viralización desmedida que se llevó a cabo con The Libertines, exageró quizás el apoyo dado a Franz Ferdinand. No lo necesitaban.
Alex Kapranos había conocido a Paul Thompson en una fiesta. El que luego sería el baterista de la banda le intentó robar una botella de vodka al cantante y en vez de partirse las caras decidieron montar un grupo, The Yummi Fur. Alex le regaló a su pequeño amigo Bob Hardy un bajo que a su vez le había regalado a él Mick Cooke de Belle & Sebastian, le enseñó a tocarlo y solo faltaba que entrara en la magnífica ecuación Nick McCarthy, un erudito de la música que había estudiado jazz en Múnich (el gusto por lo germano de la banda no es casual) y a quien conocieron a su vuelta en 2001. El propio McCarthy contaría en la época que andaba desesperado en busca de una banda y que cuando encontró a Kapranos y le puso la versión preliminar de lo que luego acabaría convirtiéndose en ‘Darts Of Pleasure’ supo que había dado con el tipo adecuado. Los dos formaron el tándem compositivo que ha sustentado a Franz Ferdinand durante sus primeros cuatro trabajos, manteniendo una especie de tensión que quizá ha sido lo que ha ido definiendo el sentido y carácter de la banda. «Quizás él tiene un lado diabólico más desarrollado que el mío… yo soy más hiperactivo y jovial; él… no», diría el guitarrista, que dejó el grupo después de más de quince años en 2017.
Franz Ferdinand siempre se movieron en eso que Kapranos admiraba de The Beatles, en la dualidad existente entre el buenrrollismo instrumental y letras melancólicas, y comenzaron pronto a exudar su estilo lúbrico, hipersexualizado y provocador. Su mezcla de funk y disco con un rock más tradicional, deudor de los grandes riffs clásicos, sí que venía a poner patas arriba la escena británica. Era 2003.
Supieron encauzar el hype que comenzaba a extenderse por las islas para superar el estigma de «otra banda más que nos quiere colar la NME» y ficharon por Domino Records, un sello que todavía era verdaderamente independiente. Pero sobre todo estuvieron listos para firmar rápido un acuerdo de distribución con Epic. Un hito fundamental para perpetrar la conquista del mercado americano. Llegaron allí como pequeñas estrellas dado el éxito enorme de su primer EP, Darts Of Pleasure, y con su debut terminaron de coronarse, e incluso Spoon coqueteó con su sonido en Gimme Fiction.
Franz Ferdinand eran provocadores, tenían en su ADN interiorizados el punk, el disco y la new wave, la teatralidad pin-up de David Bowie, Iggy Pop o The Fall y el «que-hubiera-sido-de-Joy-
Muchos se acercaron al pulso de aquel zeigeist, y muchos cayeron en la insustancialidad años después, pero Franz Ferdinand, de algún modo, siguen sobreviviendo y, sobre todo, resultando relevantes. No le ha ocurrido eso a Muse, que escenificaron su apertura de sonido fijándose en el Vissions of Division de los Strokes (que recogía las vibras del paso de Franz Ferdinand por Nueva York), ni a los propios Strokes o Interpol… mucho menos a la hornada de clase media británica: Kaiser Chiefs, Kasabian…
Viendo la fuga siempre entrecomillada de los de Glasgow, que se desató definitivamente con el éxito y popularización masiva de ‘Take Me Out’ y con las notas altísimas a su debut por parte de la prensa especializada norteamericana (sigue siendo histórico el 9.1 de Pitchfork, el último sobresaliente de la publicación a un disco de rock británico con ganas de calar en el mainstream), la prensa británica se abandonó a sus nuevos salvadores, unos chavales de Sheffield que sobre todo le dieron una buena sacudida a la industria al emerger fundamentalente gracias a plataformas digitales y a movilizar a sus fans por vías ya totalmente online. Arctic Monkeys iban a conquistar el mundo con apenas un single, y no se les puede culpar de lo que ha ocurrido detrás de ellos, toda una ola de bandas británicas irrelevantes que han ido dilapidando la guitar music de las islas a base de la expectativa y de la copia.
Franz Ferdinand se bajaron decididos del carro con una lucidez privilegiada: siempre han sido artys, siempre han sido serios, glamurosos, alternativos. Cargantes y pretenciosos, incluso. Pero igualmente han sabido jugar la liga del mainstream, la de sonar en anuncios, series, campos de fútbol y videojuegos deportivos. Cambiar sin hacerlo, guiñar a sus propios guiños, como luego hicieron The Killers, otros más en la estela. Con Franz Ferdinand llegó hasta una nominación a los Grammy después de haber arrasado con todos los premios de Reino Unido. Y en la gala de los americanos actuaron en un mash-up surrealista con Maroon 5 y los Black Eyed Peas. «Como estar en una casa de cera con un pedo malo de drogas», dirían años después Paul y Alex. «Tienes que tomártelo como una broma y limitarte a disfrutarlo. No es mi vida, no es quién o cómo soy. Y no voy a ser un ladrillo. Pero es increíble poder llegar a verlo».
Es esa especie de admiración coqueta, ese querer mojarse sin bañarse del todo. Estar lo suficientemente cerca como para que te salpique sin haber tenido nada que ver. Franz Ferdinand no salieron de su dinámica inicial hasta dejar de girar You Could Have It So Much Better. Su segundo disco suponía una continuación del primero y llegaba en 2005, un año después de debutar, así que se dieron más tiempo para Tonight. Un disco influido por la noche y elegantemente descocado, oscuro. Seguían dejando temazos aún perdiendo fuelle poco a poco, pero sobre todo demostraron poder permitirse experimentos con la electrónica y con pasajes más progresivos.
Las canciones de Tonight partían en su mayoría de largas programaciones electrónicas arregladas para una banda de rock, y les hacían seguir resultando (aunque ya más tímidamente) estimulantes. Por aquel entonces se produce la colaboración con LCD Soundsystem, que vivían un buen momento de relevancia, y mientras Franz Ferdinand defendían tres discos notables, todos los que fueron por caminos semejantes antes o después estaban a punto de desfallecer o lo habían hecho ya.
Más evidente se hizo todo en la era de Right Thoughts, Right Words, Right Actions. Es ahí, en 2013, cuando el cuarteto escocés llega a su particular decadencia, sí, pero ¿qué era de los Killers, de Interpol, de los Strokes, de Kasabian, de Kaiser Chiefs, de The Kooks, de Mando Diao, de Maximo Park? Solo Arctic Monkeys, otra excepción que confirma la regla, habían sabido reinventarse, y también en brazos de un sonido americano y de un padrino de los States como Josh Homme.
Con los años las expectativas se han alejado radicalmente de Franz Ferdinand. O ellos las han querido apartar. Da lo mismo, el caso es que ya no hay tantos ojos puestos encima de ellos y que ellos han aceptado esa posición con una madurez y una frescura, otra vez, a la altura de pocos. Kasabian aparecen, por ejemplo, más arriba en el cartel del Mad Cool, seguramente porque su ego no les permita estar más abajo. Los de Kapranos, cinco ahora que McCarthy se ha ido y han entrado Dino Bardot y Julian Corrie, se plantan en cualquier posición y, estad seguros, darán un conciertazo. Porque no han dejado nunca de ser divertidos.
¿Y si tampoco han dejado de ser relevantes? Quizá era necesario este cambio. Quizá Franz Ferdinand necesitaban mancharse las manos. RT, RW, RA era un poco para darles una pedrada, sí, y aún entonces se sacaban canciones y actuaciones como esta para La Blogotheque:
Ya he dicho antes que Kapranos y McCarthy eran un poco la noche y el día en el centro de operaciones de Franz Ferdinand, así que es normal que llegado a este punto de desconcierto en el futuro y el sonido de la banda hubiera una amistosa departida. Los escoceses, con nueva formación, regresaron a los escenarios para calentar el año pasado y ya debutaron cuatro temas nuevos… y a lo que voy, que me lío.
Ya anunciado su quinto disco, y compartidos tres temas, no queda más que rendirse un poco al genio desenfadado que es Alex Kapranos. Ese chico de ya más de cuarenta años que empezó con 25 como si tuviera 18, ese crossover entre el suburbio y la clase alta, príncipe y mendigo, profesor y my fair lady. ‘Lazy Boy’ podría hablar de él perfectamente, igual que ‘Always Ascending’ del momento que vive al frente de Franz Ferdinand. Si McCarthy aportaba la luz, ahora parece Kapranos haber desatado el lado oscuro de la banda, y le sienta de maravilla. La suciedad grasienta de un funk petrolífero, la estética un poco de Full Monty, una electrónica gruesa, teclados abrasivos, guitarras afiladas. Haciendo la guerrilla otra vez en las calles y a punto de embarcarse en una nueva juventud.
Ya no brillan cabeceras con su nombre, ya no acaparan los focos. Pero cuidado con Franz Ferdinand. Son una banda engrasadísima capaz de sorprenderte en cualquier momento.
España podrá volver a disfrutar de Franz Ferdinand varias veces en 2018. De momento están confirmados para el Mad Cool Festival y para el Vida Festival, y darán un concierto a modo de presentación de Always Ascending en La Riviera de Madrid el 17 de marzo.
Y se habla de algo planeado en la playa de Riazor. El año pasado ya estuvieron en Low Festival, en Dcode y en WEL, así que por oportunidades no habrá sido…
Always Ascending estará disponible desde el próximo 9 de febrero vía Domino Records.