Crítica: Gajes de ser una puta estrella

Diego Rubio Méndez

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The Weeknd acentúa su pop en Starboy, un disco en el que se aparta el marrón de renovar el RnB


Abel Tesfaye va a su ritmo. Sin pausa, sin prisa, con pausa, con prisa. A su ritmo. Confundiendo por el camino a todo el que se acerca a escuchar, conquistándolo en medio de toda esa confusión. Agarrando al oyente por donde solo The Weeknd sabe.

Con Trilogy se ganó a la crítica. Una obra magna de tres epés que solo presentó cuando estaba listo el personaje. Con este disco fue incluido en el cartel de, por ejemplo, el Primavera Sound, para que os hagáis una idea de lo que estoy tratando de decir. Ya con el beneplácito del mundo profesional y tomándose su tiempo publicó el pasado año Beauty Behind The Madness, un trabajo más concreto y accesible dentro de su disparidad y quizá su primer largo como tal. Un número abarcable de canciones, hits (hasta tres) para todas las plataformas y para las radios y una calidad que iba dando altibajos desde el sopor que produce el RnB más inofensivo hasta la salvajada de ‘Can’t Fell My Face’ o ‘The Hills’. Ese momento cima de todas las carreras artísticas había llegado, quizá demasiado pronto. Las comparaciones con Michael Jackson todavía se emitían con timidez pero ya empezaban a calar, con el consiguiente aumento de la presión.

Pero parece que así es como le gusta trabajar a Abel Tesfaye, que disfruta en este contexto como ya había dejado intuir en alguna de sus letras, y lejos de amedrentarse y retirarse a asimilar el éxito y a pensar sobre cómo acometer la revolución del RnB a la que estaba llamado desde Trilogy, ha preferido suceder a Beauty Behind The Madness con un inmediato Starboy que nos deja con la boca abierta. Por varios motivos:

Primero: por venir tan rápido, apenas un año después y con casi 20 canciones, confirmando además a The Weeknd como un artista prolífico.

Segundo: por contar con Daft Punk, que no se prodigan mucho que digamos, en un par de canciones y en parte del espíritu.

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Tercero: por apartarse con tanta elegancia el marrón de renovar el RnB. Las comparaciones con MJ no pueden ir por aquí, sí por el timbre vocal (que es clavado en algunas frases y detalles) y por la facilidad para facturar canciones eminentemente pop (para lo que vuelve a contar con Max Martin a los mandos).

Starboy es ante todo un álbum honesto, mucho más concreto que su predecesor y más fijado en una idea única sobre la que dar vueltas, la que puede ser la propia idea de The Weeknd (en el tema que da título al disco bucea en su propio archivo y se encuentra con ‘Glass Table Girls’). Quizá sea eso lo mejor, aparte de sus canciones, que, sin llegar tomadas individualmente a la altura alcanzada con un ‘Can´t Feel My Face’, sí mantienen sin embargo un nivel general más elevado. Hay momentos olvidables, de acuerdo, como ‘Six Feet Under’ u ‘Ordinary Life’, pero la tónica es deliciosa.

Desde el arranque, arrollador: ‘Starboy’, con Daft Punk, muestra en su videoclip al nuevo The Weeknd (mucho más sobrio y ortodoxo, con el pelo corto y vestido de cuero) asesinando al viejo, al de la mofeta en el pelo, el Grammy  y los discos de platino (no al de la farlopa; sigue referenciándola explícitamente). Tomando posesión de su imperio. Y en la letra, Abel Tesfaye habla de lo que hizo, de que es una «puta estrella», de las críticas y del éxito. Uno de los mejores temas del año, que se ve sucedido por un ‘Party Monster’ que ya introduce el rollo neón (a lo Kavinsky) que está presente en todo el trabajo artístico del disco, desde el sonido hasta la portada. Y una épica trap heredada de Kanye West. ‘False Alarm’ se convierte en una excepción, siendo un big beat acelerado del tipo Knife Party en el que lo más destacable es el histérico grito del «estribillo» y los «eh-eh-eh-eh!» (o su videoclip).

El resto del disco vuelve en cierta manera a todos los lugares de los dos primeros temas. Están ahí el trap de ‘Reminder’ o ‘All I Know’ o los downtempos aspirados de ‘True Colors’ y ‘Attention’, con los juegos vocales autotuneados y los pulsos intensivos. También hay espacio para temas más claramente pop, más «blancos», todos hits potenciales: el bajo de ‘Love To Lay’ la hace irresistible, y esta traída como lo harían Daft Punk; ‘Nothing Without You’ sugiere la idea molecular de Flume y ‘Rockin» se acerca más al house de Disclosure para firmar uno de los trayazos escondidos del disco.

En otro orden de cosas, dos canciones recuerdan ligeramente al estilo a la producción de Danger Mouse: el interludio ‘Stargirl’, con Lana Del Rey y un bajo en reverb y delay que se apoya en una sutil guitarra de blues que cobra protagonismo en la que le sucede, ‘Sidewalks’, con un gospel de estilo británico en el que hace su estelar aparición Kendrick Lamar, el mejor rapero del mundo (y el que más featurings hace en discos de pop), y que recuerda vocalmente a James Vincent McMorrow o a James Blake.

Con todo, donde da gusto escuchar a The Weeknd (y supongo la faceta por la que Daft Punk le han descolgado el teléfono) es en los temas funk que tanto beben de Michael Jackson y en los que se desenvuelve con sincera comodidad: lo pegadiza que es ‘Secrets’, o lo saltarina y cool que es la descomunal ‘A Lonely Night’. Pero sobre todo lo tremendamente buena que es ‘I Feel It Coming’, la otra participación de los cascos franceses y la encargada de cerrar un álbum que gana en metraje pero también en disfrutabilidad respecto a su predecesor. Sí, es mejor disco. Pero lo mejor que revela es que con The Weeknd tenemos artista para rato. Para mucho rato.


8 /10


Puntuación de los lectores

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